Miseria y esplendor de la traducción

Miseria y esplendor de la traducción revela no sólo un autor preocupado por los temas del lenguaje y la traducción, no sólo un pensador agudo que afronta el problema de modo radical, sino también un autor intensamente preocupado por el estilo, por la forma literaria de sus pensamientos. No se hace justicia a Ortega si sólo nos fijamos en el pensamiento que emana de sus textos: la escritura, para él, no es algo que le sirve sólo para ordenar y hacer público su pensamiento, sino que es también un lugar adecuado para dejar su personal impronta. Ya hemos señalado su inicial vocación de escritor, conviene notar ahora cómo este acontecimiento iba a marcar poderosamente la escritura orteguiana hasta el punto de poder reconocer en toda su obra no sólo un estilo con substrato literario, sino, como lo ha llamado Marichal, una cierta "voluntad de estilo". Un estilo peculiar suyo, en el que parece que el pensamiento busca en la estética un apoyo y como una confirmación de sus ideas.
Analicemos, pues, siquiera brevemente, alguna de las estrategias textuales de que se vale Ortega para "apoyar" su razonamiento y la temática de este escrito sobre la traducción. Miseria y esplendor de la traducción presenta una estructura dialógica dividida en cinco partes. El motivo del diálogo es una reunión con profesores del Colegio de Francia -es imposible no pensar en una inspiración en los diálogos platónicos; hasta tal punto es así, que se cita al mismo Sócrates, reclamando de este modo para sí, Ortega, acaso, el papel rector de un Sócrates moderno. No es irrelevante para el tema de la traducción, además, el hecho de que el Ortega-autor sitúe la reunión en París y, en consecuencia, obligue al personaje Ortega a expresarse en francés.
El texto se presenta como la reconstrucción escrita de un acontecimiento que se recuerda. En la primera parte, titulada "La miseria", intervienen un interlocutor no mejor especificado y Ortega, que se reserva la parte principal, el que lleva la voz cantante. Sirve esta parte de introducción para para situar al lector ante el diálogo. La segunda parte ("Los dos utopismos") se abre con un silencio que habrá de causar su efecto cuando, más adelante, se defina el silencio como algo esencial al lenguaje. Junto a Ortega, que se sigue reservando la parte principal, intervienen un personaje anónimo al que el diálogo se refiere como "alguien", el señor X, "el querido amigo Jean Bazuri" y un profesor de historia del arte. Estas intervenciones son sólo funcionales a la exposición del pensamiento orteguiano. Esta parte termina con la imagen de la "tormenta" que se levanta en plena reunión debido a la exposición de las ideas del protagonista. Las ideas, pues, como causantes de una tormenta. La tercera parte ("Sobre el hablar y el callar") inicia una vez que la tormenta se ha aplacado; Ortega parece advertirnos así que el diálogo sólo puede progresar en la calma, lejos de la confusión y del ruido. Ortega sigue en la parte principal y, con él, intervienen míster Z y el historiador de arte (por segunda vez). Esta parte finaliza con el pronóstico de una segunda tormenta que la exposición referida al silencio habría de provocar. La cuarta parte ("No hablamos en serio") comienza anunciando -riesgos del que hace meteorología- el fallo del anterior pronóstico: no hubo tormenta. Ortega cede ahora el puesto de personaje principal a un joven lingüista que será el que se encargue de llevar a término la reflexión del primero. La quinta parte ("El esplendor") no es más que la continuación de la anterior.

Limosna para el pobre
Michel Martin Drolling (1789-1851)

Cabría preguntarse ahora ¿por qué Ortega, a diferencia de Sócrates, se retira, en la parte culminante del diálogo, a un lugar secundario? Una respuesta inmediata estriba en que el lingüista no hace más que continuar el camino trazado por Ortega. Una razón de mayor peso, pero menos evidente, la encontramos en esa necesidad manifestada después por Ortega de dar inicio a una "nueva lingüística". Ortega se sirve además de una frase del joven lingüista en la que éste reconoce su coincidencia con el pensamiento orteguiano, para persuadir al lector de que sus ideas sobre el lenguaje se ajustan a un conocimiento que el uso común de la lengua conserva a veces de modo inconsciente. La frase del lingüista dice así: "lo que usted ha dicho, y más aún lo que entreveo, y como palpo tras lo expresado, coincide bastante con mi pensamiento". El lenguaje encuentra aquí una confirmación de su constitutiva parte de silencio. Y será este mismo silencio el que incite a Ortega a dar esta estructura dialógica a Miseria y esplendor de la traducción.
En una obra de 1935, Misión del bibliotecario, al llegar a la parte final, Ortega siente este silencio como una pesada carga para la escritura. "Nuestras palabras son, en rigor, inseparables de la situación vital en que surgen. Sin ésta carecen de sentido preciso, esto es, de evidencia. La situación vital donde brotaron se volatiliza inexorablemente; el tiempo, en su incesante galope, se lleva sobre el anca. El libro, pues, al conservar sólo las palabras, conserva sólo la ceniza del efectivo pensamiento." Un poco de esta ceniza, creo, pretendió evitarla en Miseria y esplendor de la traducción dando al texto una estructura dialógica, rememorando así un poco más la vida perdida de las palabras. Y dando fe de aquel propósito suyo expresado en el Prólogo para alemanes. "La involución del libro hacia el diálogo: éste ha sido mi propósito."

MARTÍN, Francisco José. "La teoría de la traducción en Ortega" [versión íntegra anotada], en AISPI, Centro Virtual Cervantes, 2006, pp.10-13.