¿Corregir al autor?

Normalmente, a las personas que están empezando a traducir, ya sea en centros de educación superior en donde se imparten enseñanzas regladas o simplemente con el asesoramiento de traductores con experiencia, se les suelen dar dos normas distintas sobre la forma de enfrentarse con los errores en los textos originales. A grandes rasgos, lo habitual es indicar que si se trata de un texto «no consagrado» (adjetivo que uso para denominar en español lo que el profesor de traducción Peter Newmark llama non-authoritative texts) el traductor, al percatarse de un error, debe corregirlo «de oficio». Si encuentra una inexactitud en las cifras, en los datos o en las fechas, o incluso en el uso gramatical, o bien algún lapsus en el texto que está traduciendo, tiene que enmendarlo. Su deber para con su cliente es mejorar el producto, y ofrecer al lector de la traducción un texto lo más exacto posible. De lo contrario, corre el riesgo, además, de que quienes se percaten del error se lo atribuyan a la traducción. En el caso de los textos «consagrados» (authoritative texts), que son los textos literarios, religiosos (textos sagrados) y políticos o administrativos (constituciones, leyes) no se debe enmendar nada, y en todo caso, lo que se debe hacer es anotar la posible inexactitud.

El caso que voy a exponer está en el campo de lo literario. Este verano recibí el encargo de la editorial NorteSur, de Barcelona, para traducir un relato de la autora estadounidense Edith Wharton (1862-1937), titulado «Souls Belated» (1899), para su publicación como «minilibro». En la labor de traducción me encontré con dos cosas que me llamaron la atención y que me pareció que había que enmendar. Empezaré por la segunda, pues a mi entender es un caso de error o lapsus que conviene remediar: en el tercer capítulo, la protagonista, Lydia, se encuentra en el jardín de un hotel italiano y otra señora alojada allí se le acerca con el propósito de averiguar lo que han estado hablando los compañeros de ambas (a pesar de las referencias a los maridos, ninguna de las dos está casada con su pareja, pero ambas se hacen pasar por casadas). El diálogo en inglés dice así (la primera que habla es la «señora Linton»):

“I want you to tell me what my husband said to your husband last night.”

Lydia turned pale.

“My husband—to yours?” she faltered, staring at the other.1

Parece bastante evidente que, o bien hubo un error por parte del tipógrafo que compuso el texto en el pasado, error que se ha ido repitiendo en sucesivas ediciones (aparte de la de Penguin Books, que la editorial me mandó para basar en ella la traducción, manejé otras para comprobarlo), o la autora tuvo un lapsus en cuanto a los posesivos. La respuesta de Lydia no tiene sentido tal como está en el original. Debo confesar que en un primer momento no me di cuenta de esta incongruencia, y que solo cuando le di el texto a leer a otra persona (que no vio el original, práctica muy recomendable pero no siempre posible), fue ella quien me indicó que seguramente me había despistado al traducir, y que el orden debería ser el contrario. Entonces volví al original de Penguin y a las otras ediciones y comprobé que no era así: yo había traducido «fielmente», pero al hacerlo había perpetuado el error o lapsus, pues creo que no se puede interpretar de otra forma; no parece haber ninguna razón que justifique que Lydia diga lo que pone el original. Como aquí no cabía consultar a la autora, lo que sí me pareció conveniente fue hablar con los editores, quienes estuvieron de acuerdo en que procedía incorporar la enmienda sin más anotaciones. Así lo hice, y en la traducción, que aparecerá en la primavera de 2009 con el título de Almas rezagadas, se lee lo siguiente:

—Quiero que me cuente lo que le dijo mi marido al suyo anoche.

Lydia palideció.

—¿Su marido… al mío? —balbuceó, mirando a la otra fijamente.


Tacuina sanitatis (siglo XIV)

Biblioteca Casanatense


Quiero hacer otra observación, y es que las decisiones como esta pueden variar según el tipo de edición que se esté preparando. En este caso, se trata de un «minilibro», que solo contiene este relato (son libros cortos, de formato pequeño, y con poco aparato crítico; libros para lectura cómoda en viajes, por ejemplo). En una edición académica de las obras de Wharton, y tras una labor de investigación y consulta más extensa de distintas ediciones, tal vez habría que incluir una nota explicando el aparente lapsus y la decisión de traducción. En este caso opino, como mis editores, que no es procedente.

La segunda decisión es más discutible, y estoy dispuesto a admitir que mi traducción es «menos fiel» al original porque añade algo que no está en él (y por lo tanto rompe una de las «normas de oro» de D. Valentín García Yebra). Sin embargo, me resultaba demasiado raro dejarlo igual que en el original.

Ocurre en el primer párrafo del relato. La protagonista y su pareja están viajando en tren por Italia, y se da esta descripción de un viajero que iba en el mismo compartimiento:

…their only remaining companion—a courtly person who ate garlic out of a carpetbag—had left his crumb-strewn seat with a bow.2

Mi impresión fue que seguramente faltaba algo de texto, ya que me parecía muy extraño que alguien comiera solo ajo, y que además ese ajo dejase migas. Primero pensé en «pan de ajo» que puse tentativamente en la primera versión. Después comprobé que en las otras ediciones también aparecía solo garlic. Es posible que la visión de la autora estadounidense, para quien el consumo de ajo por los mediterráneos seguramente resultaba muy llamativo, diese por hecho que también había algún otro elemento, probablemente pan, como parece indicar la alusión a las migas. A mí no me agradaba escribir que el caballero «comía ajo sacado de una bolsa de viaje», con lo cual, también tras consultarlo con los editores, opté por añadir, y puse que comía «pan con ajo».

En otras ocasiones he tenido la suerte de poder consultar al autor. Cuando traduje Mailman, novela del estadounidense J. Robert Lennon, de 2003, en el último capítulo encontré una incoherencia: se hacía alusión a un acontecimiento que el lector debía conocer desde el primero, pero la alusión era a un episodio distinto a ese. Le consulté y me aclaró que en efecto había sido un descuido suyo: en una primera versión, que fue apareciendo por capítulos en revistas, el incidente del capítulo primero era el mismo que se recoge en el último, pero al revisar la novela para su publicación como libro decidió cambiarlo, y no cayó en hacerlo también en ese último capítulo. Me pidió que lo enmendase en la traducción, con lo cual la versión española (Cartero, Tropismos, Salamanca, 2005) es más coherente en ese aspecto. Cuando se traduce a autores vivos, la consulta directa es sin duda el mejor procedimiento. En otros casos, el sentido común (que, aparte del dominio de las lenguas y entornos culturales, es la base de la traducción) y la consulta a los editores nos deben ayudar a tomar la decisión, si es necesario, de quebrantar la norma general y enmendar el original, incluso si este es un texto literario.


TODA IGLESIA, Fernando. "¿Puedo corregir a la autora? Decisiones en la traducción literaria", en Puntoycoma, n.º 110, noviembre/diciembre de 2008.


1 Edith Wharton (1995), Souls Belated. Penguin 60 s Classics, Londres, p. 28-29.
2 E. Wharton 1995: p. 1.