Si a un joven redactor se le preguntara ¿qué es un corrector? seguramente señalaría la herramienta de Windows o la del sistema operativo de su medio. Recuerdo que muchos niños (no sé si estadounidenses o europeos) respondieron en un estudio sobre conocimientos generales que la leche procedía del tetrabrik, no de la vaca.En un periódico impreso (y en la web, también ¿por qué no?) el viejo corrector era un tipo que se las sabía todas, desde el lío de las esdrújulas hasta las cuestiones de concepto, como que Carmina Burana de Carl Orff [sic] no es una ópera sino una cantata, y ayudaba a que el producto colectivo fuese lo más impoluto posible, que las erratas molestan al lector y generan sensación de descuido.
En el Libro de Estilo de mi periódico se asegura que la errata es responsabilidad de quien la escribe, y es cierto, pero desde que se teclea en el ordenador existen varios controles que deberían eliminarla, y no es Windows el más fiable. El último de todos eran los correctores profesionales que poco a poco fueron fagocitados por otras tareas productivas que los distraen de su especialidad primera. Así salen muchos diarios.
Tres mujeres y tres lobos, c. 1900
Eugène Grasset (1841-1917)
Son numerosos los chascarrillos que corren sobre las erratas. Una de las mejores se refiere a un periodista que a mediados del siglo pasado se empeñó en escribir un texto titulado “En este artículo no hay erratas”, o algo parecido, y que tecleó personalmente en la linotipia tras corregir el borrador decenas de veces. No sé si por envidia, broma, mala follá o pésima suerte al día siguiente salió “En este artículo no hay irratas”. Manolo Saco, amigo y hermano mayor, columnista de Público y miles de cosas más en esta santa profesión (evité escribir oficio por razones obvias) sostiene que en un periódico “las erratas son las últimas en abandonar el barco”.
Ya lo hice en una de las viejas propuestas contra la molicie, pero os recomiendo un libro: Vituperio (y algún elogio) de la errata de José Esteban (Editorial Renacimiento). Arranca con una cita genial de Mark Twain: “Hay que tener cuidado con los libros de salud; podemos morir por culpa de una errata”.
[...] En un trabajo de individualistas, perdón de especialistas, como el nuestro existen expertos que ayudan a coser una cultura colectiva. Sin cultura colectiva no hay periódico ni sentimiento ni nada.
LOBO, Ramón. "Los correctores saben lo que es una cantata" [versión íntegra], En la boca del lobo, 09/09/2009.
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