El libro y la provocación del sentido


En nuestra experiencia cotidiana actual, sabemos que los libros son mercancías producidas por la industria editorial. Podemos comprarlos en tiendas de diversa índole, aunque las más idóneas, como su nombre indica, son las llamadas librerías; a pesar de que, en ciertos casos, se confunde en ellas la venta de libros con otros artículos. Algo similar sucede con los almacenes de grandes superficies, o supermercados, entre cuyos correspondientes artículos aparecen, como rara avis, los libros.
A este saber cotidiano podemos sumarle otro u otros. Así, por ejemplo, que un libro es un texto impreso en soporte de papel; también que, por su forma y contenido, un libro posee, por lo general, una condición cultural superior a otros objetos de comunicación impresos. Como en todo saber social más intuitivo que reflexivo, estas cualidades que asignamos a los libros --a las que podríamos sumar muchas más-- son susceptibles de análisis críticos que pondrían de manifiesto su relatividad. Con todo, los libros desempeñan una importante función en nuestra existencia; ésta es una verdad incuestionable. A través de ellos, logran permanencia actos comunicativos pertenecientes a todos los géneros discursivos de una reproducción social histórica.

[...] En las actuales condiciones de producción, los libros también son mercancías y, como tales, están sujetos a las leyes del mercado.

En este sentido, el proceso de mundialización del hipercapitalismo o capitalismo salvaje que caracteriza nuestra época --proceso que algunos llaman globalización, erróneamente-- ha creado unas condiciones de producción editorial que impiden el desarrollo pleno de una cultura del libro, cuyos fines indispensables para el crecimiento de las personas son la conciencia de su mismidad, la capacidad crítica para evaluar su condición histórica y la necesidad permanente de la solidaridad y el respeto a la vida.

Pescadores a la luz de la luna, 1620.
©
Hendrick Avercamp (1585-1634)

Lo que llamo "cultura del libro" es la inserción de diversas y variadas estructuras del sentido que fluye por los textos en las fuerzas productivas de la semiosis social, que es la dimensión semiótica de la existencia colectiva. En sociedades carenciales y asimétricas, como la nuestra, las estructuras de sentido necesarias e imprescindibles son las que ayudan a enriquecer las relaciones sociales. Por sí solas, difícilmente podrán superar la asimetría social o mejorar la calidad de la existencia; pero sumadas a esfuerzos de otro tipo, pueden favorecer y hacer posible una transformación cualitativa de las condiciones históricas de la sociedad.

Por eso es tan importante, en mi opinión, adquirir conciencia sobre las adversas condiciones que las leyes del mercado hipercapitalista están imponiendo en el área de la industria editorial. Como afirma Pierre Lepape: "Algunos llegan a ver en la economía del libro el modelo puro en que podría inspirarse un neocapitalismo globalizado: precariedad y desigualdad de estatuto de los 'trabajadores intelectuales' que son los autores, trabajo y remuneración intermitentes, premios a la creatividad y a la movilidad, criterios más duros de competencia y cooptación." La noción de "World literature" utilizada por Lepape apunta, justamente, a la pérdida de editoriales de avanzada, cuyos propósitos de originalidad y, sobre todo, de contestación son eliminados del mercado.

Atribuidos fundamentalmente a la producción editorial literaria, los criterios de la World literature suponen mecanismos mercantiles arbitrarios, basados de manera exclusiva en el afán de lucro.: "En cuanto a la distribución, tres grandes cadenas (Barnes & Noble, Borders y Books-A-Million) eliminaron poco a poco a la mayoría de los libreros independientes ya sea en provecho de sus megastores o de su circuito de ventas por Internet." Lo que lleva a Lepope a opinar irónicamente: "Un escritor puede recibir el Premio Nobel de literatura y ser traducido a treinta lenguas, pero nunca pertenecerá a la World literature si no figura en pilas en las mesas de los megastores de Barnes & Noble." (Lepape 2004:36). Por supuesto, lo dicho también es válido para la producción editorial no literaria.

Existen, asimismo, unos amenazantes criterios de censura que, de una u otra forma, se ponen de manifiesto en nuestro mundo cotidiano. En mi opinión, están vinculados con otras maneras de enfrentar las circunstancias históricas en que se desenvuelve nuestra existencia, de las que se desprenden procedimientos como las ilegales guerras preventivas, los asesinatos selectivos o la manipulación mediática. Este clima de pesimismo existencial de comienzos del siglo XIX --derivado de la perversión de la política internacional-- influye en la producción y circulación de los libros. Por la naturaleza de las condiciones de producción editorial, los consumidores difícilmente pueden adquirir conciencia de los motivos que impiden que los libros que quieren leer no estén en las librerías.

GAÍNZA, Gastón. "El libro y la provocación del sentido" en Entretextos (Revista Electrónica Semestral de Estudios Semióticos de la Cultura), n.º 10. Granada, noviembre de 2007.