Faulkner en castellano

William Faulkner, 1954.
(c) Carl Van Vechten.


Rolando Costa Picazo, presidente de la Asociación Argentina de Estudios Americanos, es profesor titular de Literatura Norteamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires desde 1964. También imparte estudios de traducción en la Universidad de Belgrano y la asignatura "Críticas de la Traducción" en la Universidad de Córdoba (Argentina). Ha traducido a clásicos como Shakespeare, Edgar Allan Poe, Henry James y Herman Melville, entre otros.

En 2001 escribió un artículo para la revista Anclajes titulado "La traducción de Faulkner al castellano"(*), donde formulaba la tesis de que las obras del autor estadounidense en su versión española "no respetan marcas representativas de estilo" y argumentaba que, por ello, "la influencia de Faulkner sobre los escritores latinoamericanos del Boom es más temática y técnica que estilística".
No nos parece justificable el hecho de que muchas veces se olvide que la traducción literaria debe ocuparse tanto del mensaje como de la manera que se expresa el mensaje, y que exige habilidad literaria, sensibilidad lingüística (lo que los alemanes denominan Sprachgefühly: competencia en el manejo de ambos idiomas y conocimiento de ambas culturas).

Algunos teóricos prestigiosos que han escrito sobre la traducción deploran la llamada "traducción literal". Otros teóricos de igual prestigio ensalzan la literalidad. Vladimir Nabokov la defiende con apasionamiento al referirse a su propia versión de Pushkin. Y Walter Benjamin dice:
No es un elogio de una traducción [...] decir de ella que se lee como un original escrito en la lengua a la que fue vertido. Es más lisonjero decir que la significación de la fidelidad, garantizada por la traducción literal, expresa a través de la obra el deseo vehemente de completar el lenguaje. (292)
La traducción literal concebida como una correlación de palabra por palabra no es posible ni siquiera en lenguas de una misma raíz. Por otra parte, existe un enfoque que aboga por el mayor acercamiento al texto de origen, dentro de lo que es posible en el idioma meta. No importa que por momentos esto lleve a una ligera distorsión del idioma de llegada, que produzca un efecto "extranjerizante", de otredad. Es el gran aporte de la traducción al enriquecimiento del idioma al que se traduce. Corno decía Víctor Rugo en el prefacio a su traducción de Shakespeare: "Traducir a un poeta extranjero significa aumentar la poesía nacional" (263). Por lo general, las novelas que se traducen, sobre todo en este momento, no se caracterizan por su valor literario, sino por su venta fácil. Los traductores de esta clase de novelas siguen al pie de la letra las recomendaciones de los editores. Recordemos que el sistema editorial -la realidad de la autoridad y el poder- es el que decide qué se traduce y, hasta cierto punto, cómo se debe traducir. Puede ordenar al traductor que en el caso de ciertos textos de lectura liviana suprima pasajes enteros para abaratar costos y facilitar la lectura a los consumidores que, según se supone, sólo buscan distenderse y ocupar su tiempo libre. No se ve mal que, en este caso, el traductor opere dentro de la cultura receptora, para el interés de la misma, y no en beneficio del texto de partida, y busque "naturalizar" o "aculturar" el texto. En estos casos, la traducción que se aprueba es aquella que no suena corno una traducción. Creernos, sin embargo, que cuando se trata de un autor de jerarquía, corno Faulkner, el primer deber del traductor es para él: se debe tratar de producir una traducción al castellano que dé al lector de este idioma la misma experiencia que da el inglés al lector del texto de origen. 

El lenguaje literario siempre está cargado de intencionalidad: no se trata sólo de las cosas que se dicen, sino de cómo se las dice. Recordemos lo que sostenía Coleridge, uno de los mayores críticos del Romanticismo inglés: "El estilo no es otra cosa que el arte de transmitir el signíficado de manera apropiada y con perspicacia" (320). Todos los elementos del texto son significativos. El escritor expresa su temperamento, su experiencia y su pensamiento en su escritura, en sus estructuras gramaticales, el léxico, la sintaxis, la puntuación, los recursos retóricos de inversión, repetición, paralelismo, las figuras retóricas, metáforas y metonimias, la ambigüedad, la oscuridad, el ritmo, el tono. Siempre que no repugne a nuestro idioma, se debe respetar el idioma de Faulkner, su uso peculiar del inglés, a veces caprichoso, distorsionante o subversivo de la gramática o la sintaxis. Se debe respetar su elección de palabras, y si en castellano hay una palabra equivalente o muy aproximada, usar ésta y no otra. Si él dice "enigmatic", traducir por "enigmático" y no como "misterioso" o "intrigante". Existe una anécdota, aplicable a este caso, acerca de Erich Auerbach, que en su libro Mimesis usa el adjetivo "legendario" referido a Ulises. El editor le preguntó por qué usaba "legendario" y no "mítico", y Auerbach respondió que usaba "legendario" porque él quería decir "legendario". Con su lenguaje el escritor crea su mundo. Las palabras son sus ladrillos y su argamasa. Si empezamos a sacar, a reemplazar esto por aquello, si cambiamos las disposiciones sintácticas que determinan su manera de pensar y de expresarse, el edificio del autor se desmorona. Como recuerda Ortega y Gasset, "Sólo cuando arrancamos al lector de sus hábitos lingüísticos y le obligamos a moverse dentro de los del autor, hay propiamente traducción" (V: 449). E insiste Guillermo de Torre:
[...] lo que corresponde es violentar el idioma a que se traduce, forzando hasta el límite su tolerancia gramatical, para que así trasparenten mejor los modos propios del habla del autor traducido. (12)
Ya J. L. Vives, en 1532, abogaba por el respeto debido por los traductores a escrítores de la talla de Demóstenes, Marco Tulio, Homero o Virgilio, recomendando observar "con escrupulosa fidelidad la fisonomía y el color de esos grandes autores" (115). J. G Herder deploraba la manera en que las traducciones francesas acomodaban a Homero a sus usos y costumbres: "[...] se ve obligado a vestirse a la moda francesa, quitarse su venerable barba y su sencillo traje clásico; tiene que adoptar costumbres francesas [...]" (187). A. F. Tyler, por su parte, observaba:
Para realizar una traducción perfecta, no sólo deben transmitirse las ideas y sentimientos del autor, sino también su estilo y forma de escribir, lo que supuestamente no se consigue si no se presta una rigurosa atención a la disposición de sus oraciones, e incluso al orden y construcción. (211)
Faulkner tiene un estilo marcadamente propio, ajustado a su interés temático, que podemos resumír como "la presencia del pasado en el presente" y que lleva a la expresión de los procesos mentales de los personajes, en quienes el momento presente se ve interrumpido con frecuencia por el recuerdo, y que resulta en el uso de un estilo marcadamente idiosincrásico, con vocablos característicos, repetición de palabras, una sintaxis con preferencia por la subordinación, uso de oraciones largas, abundancia de figuras retóricas, puntuación personal.
Tan interesante como lo expuesto hasta aquí es el análisis pormenorizado del estilo original y de cómo éste se ha trasladado a la lengua meta, el castellano (v. artículo íntegro anotado, pp. 23 ss.). Toda una lección magistral para el debate.

 
(*) COSTA PICAZO, Rolando. "La traducción de Faulkner al castellano", en Anclajes, V.5 (diciembre de 2001), pp. 19-39.