Las justificaciones del traductor


El 5 de julio de 1794 el Diario de Madrid inserta en sus páginas un prospecto para la suscripción de la novela de Samuel Richardson Clara Harlowe, traducida por José Marcos Gutiérrez, que se inicia con estas palabras:
"Es muy debido que al convidar al público para la subscripción de una obra, se le manifieste su mérito sin exageración, ni estos elogios cargados de frases con que suele procurarse engañar al público. El testimonio de un traductor es tan sospechoso, que ningún aprecio debe hacerse de él." (p. 749)

Y en parecidos términos se expresa Cándido María Trigueros en el prólogo a Mís pasatiempos, colección de relatos publicada en 1804:
"A cada instante se esparcen prospectos de obras nacidas en tierras extranjeras, que se dicen vertidas al castellano (como quien vierte un vaso inmundo en un lugar sucio) y son novelas de muchos tomos [...] Sus anuncios manchan las gacetas y los diarios con los desmesurados y descomunales elogios que en ellos rebosan; ya se ve, como que son escritos por los interesados que a nada tienen miedo sino a la falta de venta. (Trigueros 1804: viii-ix)

Probablemente no faltaban razones para criticar esa generalizada actitud apologética de las novelas que se anunciaban en la prensa dieciochesca con motivo de su publicación o la apertura de suscripción. Pero, en honor a la verdad, hay que reconocer que el autor, el traductor o el editor de una novela están anunciando un producto que se pone en venta, y hay que convencer al posible comprador de las excelencias del mismo. Pura táctica comercial.

No quiero que parezca frivolidad el plantear en estos términos un problema que, enfocado en sus precisas coordenadas de historia literaria, me parece de gran interés. Esos "desmesurados y descomunales elogios" de cada nueva traducción de una novela extranjera que se publicaba en España a finales del siglo XVIII, y que suelen aparecer, efectivamente, en los prospectos de suscripción, pero también en los prólogos a las novelas que redactan los propios traductores, es lo que yo he preferido llamar, situándome desde otra perspectiva, "las justificaciones del traductor".

[...] El prospecto de suscripción destaca, de entrada, por la singularidad de estar escrito en forma de diálogo, y por su extensión, cuatro páginas. El recurso dialéctico le resulta muy útil a su redactor para que el Crítico exponga las pegas al uso en materia de traducción novelesca, y el Traductor a su vez, bajo la forma de una defensa, despliegue sus consideraciones teóricas al respecto. Se trata, básicamente, de las mismas ideas, y en ocasiones presentadas en los mismos términos, que aparecen en el prólogo a la novela. Y esas ideas y reflexiones, que se repiten en otros prospectos de suscripción y en otros prólogos de novelas, creo que condensan la situación y los problemas en los que se desarrolló la labor de traducción de obras novelescas en España en las dos últimas décadas del Setecientos.

El prólogo a una novela en el siglo XVIII cumple, como en los siglos anteriores, una primera función de introducción y presentación del texto narrativo que se ofrece al lector (García de León 1985: 489-490) .

[...] En el caso de una traducción, a la presentación del original debe seguir casi inevitablemente el elogio del mismo, porque sin la calidad y méritos de una novela extranjera nada parecería justificar su versión al castellano, Esta justificación de una nueva traducción parece tanto más necesaria en un momento de avalancha de traducciones novelescas corno el que se dio en la última década del siglo XVIII, y, por tanto, cuando ante el aumento y la variedad de la oferta narrativa, hay que insistir especialmente en los valores de cada nueva novela que sale al mercado. Por ello, David y Otero, después de reflexionar sobre la función de la novela, concluye con un esperable y tópico:

No creo que entre las muchas novelas publicadas en España desempeñe otra alguna mejor que la presente estos y demás requisitos para hacerla casi perfecta; pero no rne detendré en hacer su elogio, pues alabarla a los lectores cuando la tienen en su mano para juzgarla, sobre ser impertinente, sería agraviar su discernimiento. Quédese esto para los prospectos de suscripción. (David 1802: vii-viii)

Y en efecto, esa baza ya la había jugado el traductor al salir a la venta la primera edición en el pertinente papel, donde -allí sí- había que ganarse al posible suscriptor. Allí, al comentario socarrón del Crítico: "No niegue Vm. que todo este preámbulo va a parar en decirme que su novela es la mejor de las conocidas en la redondez de la tierra", el Traductor contesta con igual tópico: "No me creería usted si la encareciese a ese extremo, pero me creerá si le juro a fe de traductor que quizá no habrá leído Vm. otra de un interés tan vivo y sostenido, que tanto embelese, que tanto conmueva..."

[...] Un contemporáneo de David y Otero, Casiano Pellicer, en el prólogo a su versión de La Galatea de Florian, pedía a "los que están escarmentados con el diluvio de mezquinas traducciones", que no confundieran la suya con "las traducciones de a docena, donde el estilo es frío, oscuro, sin gracia, sin armonía, con mil expresiones impropias, extravagantes, inusitadas, y estropeada sobre todo la lengua castellana" (Pellicer 1797: xxiii) . Esta actitud de rechazo y crítica a la tarea y los resultados de la traducción parece explicar por qué la parte más importante del prólogo de una novela traducida esté destinada a la "justificación" de esa versión, lo que normalmente se hace no resaltando los méritos sino ponderando las dificultades que ha supuesto su realización.

¿Cuáles fueron, en este caso, esas dificultades? El problema básico de toda traducción literaria lo plantea David y Otero con una vieja imagen: "Yo me he esmerado en que la mía [su traducción] saliese como una estampa respecto a una pintura, que puede todo conservarlo excepto el colorido; y aun para que tenga algo de esto, he iluminado lo mejor que he podido mis cuadros, procurando darles los propios colores que tienen en el original" (David 1802: xv-xvi) . La gran dificultad de la traducción es, pues, de orden estilística, puesto que, como declara David y Otero haciendo suyas las teorías sobre la traducción de Cervantes (David 1802: xiii-xv), es imposible reproducir el estilo del texto original . Y más cuando el traductor afirma que "una de las grandes bellezas del original consiste en el encanto del estilo [ . . .], que es también lo más difícil de volver a otro idioma" (David 1802: xiii) . En esa concepción de la traducción como algo más que el trasvase de palabras de una lengua a otra, David y Otero es consciente de los defectos y limitaciones de su versión en punta de estilo -sobre ello volveremos-, pero reconoce: "no acierto a enmendarlos sin faltar a la gracia y a la fuerza de expresión del original".

Esta dificultad de no poder transmitir los valores estilísticos del texto original es el mayor escollo que todos los traductores de novelas confiesan tener que superar, y suele situarles ante el dilema de elegir entre la literalidad o una mayor libertad expresíva.

GARCÍA GARROSA, María Jesús. "Las justificaciones del traductor de novelas: Carolina de Lichtfield, de F. David y Otero" [versión íntegra anotada].