Lugares inciertos

 
En un jardín de Shoreham, 1879.
Samuel Palmer (1805-1881).

Si pensamos en la situación actual, vemos que la traducción (sobre todo, la literaria) cuenta con todo tipo de instituciones plenamente establecidas: existen asociaciones de traductores que velan por sus derechos (como, en España, la Asociación Profesional de Traductores e Intérpretes, o la Fédération International des Traducteurs), revistas y colecciones de libros dedicadas en exclusiva a la traducción, una amplia bibliografía teórica al respecto, premios nacionales en distintas modalidades, institutos, departamentos o incluso facultades universitarias donde se imparten estas enseñanzas, etcétera. El paralelismo con el campo literario y sus instituciones es evidente, así como la tendencia progresiva a separarse e independizarse de él (por ejemplo, en el ámbito universitario).

Pero también podemos constatar en el mundo de la traducción literaria la polarización --que es propia del campo literario en general-- entre un subcampo de producción restringida (por ejemplo, la traducción de poesía, cuyos autores y lectores son fundamentalmente los propios productores de poesía) y un subcampo de gran producción, simbólicamente excluido y desacreditado (por ejemplo, la traducción de los best sellers anglosajones), de forma que, salvo raras excepciones, la única forma de llegar a ser un traductor visible, es decir, reconocido literariamente, es dedicarse a la traducción de textos consagrados (clásicos, en sentido amplio) o en vías de consagración (vanguardia); basta con pensar, entre nosotros, en los casos de Ángel Crespo (traductor de Dante, etc.) o de Miguel Sáenz (traductor de Bernhardt, etc.). Esto es un indicio claro de que la traducción literaria es en sí un subcampo dentro de la literatura, pues por lo general no aporta sus propios valores, no puede aportar por sí misma capital simbólico, sino que más bien lo recibe del texto original. Un indicio --más crudo-- de la subordinación con respecto a la literatura "original" es, evidentemente, la distinta remuneración que reciben unos autores y otros por su trabajo (por lo general, un 5% de las ventas para traductores y un 10% o más para autores, con muchas variaciones).

Otro rasgo que comparte la traducción literaria con el campo literario en general es el escaso grado de codificación, es decir, [...] que, como ocurre con la profesión de escritor, la de traductor literario tampoco exige títulos ni oposiciones para ingresar en ella, pero a cambio ofrece lugares inciertos, mal definidos en el espacio social, y, lo mismo que la profesión de escritor o de artista, es una de "las menos capaces de definir (y de alimentar) completamente a quienes la reivindican, y que, demasiado a menudo, sólo pueden asumir la función que ellos consideran principal a condición de tener una profesión secundaria de la que obtienen sus ingresos principales".
 
BERGUA, Jorge. "El lugar de la traducción en el campo literario" [artículo íntegro anotado], en TRANS, n.º 6, 2002.