A vueltas con el género


Guerra de sexos, 2009.
(c) Welleman.

En nuestra lengua, desde hace unos años son numerosos los estudios que, además de poner de manifiesto el sexismo y androcentrismo de los usos hegemónicos en el español histórico y actual, y en concreto de las obras de referencia emitidas por las instituciones que limpian, fijan y dan esplendor a la lengua, han propugnado alternativas con las que combatir la discriminación sexual en el lenguaje. Un rasgo interesante que ha de tenerse en cuenta radica en el hecho de que, en muchos casos, han sido las instituciones públicas, ya dependientes de la administración central, de organismos autonómicos o de instancias locales, las que han avalado esta misión de reforma lingüística. En este sentido, pioneras en nuestro país fueron las Recomendaciones para el uso no sexista de la lengua publicadas a finales de los ochenta por el Ministerio de Educación y Ciencia, las Propuestas para evitar el sexismo en el lenguaje que el Instituto de la Mujer difundió un año después o el manual de Uso no sexista del lenguaje administrativo que por las mismas fechas editaba el Ministerio para las Administraciones Públicas. Estas propuestas y las que las siguieron apostaban, por decirlo de manera muy breve, por la feminización de términos que hasta entonces la norma (y en buena medida el uso) sólo aceptaban en su forma masculina, como "juez", "ministro" o "presidente" y la abolición del uso del masculino (falsamente) genérico a favor de dobletes ("los españoles y las españolas") o desdoblamientos abreviados (los/las españoles/as). A estas peticiones se sumaría, con el tiempo, el empleo de la arroba inclusiva (@), especialmente productiva entre colectivos estudiantiles, radicales y, durante una época, en el ámbito político.
Todas estas recomendaciones, no cabe duda, han ido haciendo mella en el uso; también en la norma. De hecho, la Real Academia Española ha ido introduciendo en las sucesivas ediciones de su diccionario y otras obras de consulta enmiendas para corregir los sesgos denunciados por los estudios sobre el sexismo en el lenguaje y en los diccionarios. A la inversa, en tiempos recientes, en las sucesivas olas de medidas correctoras avaladas por las administraciones públicas, se ha pedido el dictamen de la Academia. Así, la Orden ministerial del 28 de marzo de 1995 que instaba a adecuar la denominación de los títulos académicos oficiales a la condición masculina o femenina de quienes los obtienen (reconociéndose así las formas, por ejemplo, de "ingeniera técnica", "arquitecta", etc.) recabó previamente el pronunciamiennto sobre la pertinencia de tal propuesta de la Real Academia, que, en este punto, "se muestra favorable a la feminización de los títulos, si bien llama la atención sobre el distinto grado de uso de las voces femeninas, mostrándose partidaria de mantener inalterado el uso en aquellas denominaciones que por su terminación valen tanto para el masculino como para el femenino". La alta Institución, en efecto, ponía de manifiesto la variada implantación e incongruencia de las formas femeninas en el castellano actual, un hecho del que, en cierta medida, para algunos es culpable o cómplice".

Con independencia de la responsabilidad que las instancias reguladoras del idioma puedan tener en ello, es indudable el veredicto citado: el español actual exhibe una heterogeneidad inmensa en cuanto a las propuestas que se postulan supuestamente inclusivas; es más, en la medida en que éstas se lanzan con voluntad reformadora y, por tanto, prescriptiva, existen claras contradicciones entre las "normas" en la actualidad a disposición de los hablantes, y ello sin tener en cuenta la pluralidad de "normas interiorizadas" como correctas que revelan los enunciados de nuestros días.

El ámbito de las profesiones y cargos de responsabilidad ofrece sobradas muestras de lo que ocurre. Por un lado, las instancias más reformadoras abogan por una feminización sin reservas. [...] Por otro lado, los términos que llevan marcas de género a menudo topan con el rechazo social, incluido el de las mujeres. Y es que la feminización a menudo supone la recuperación de formas que históricamente se han recubierto de un matiz peyorativo o devaluativo.

[...] Es sabido que los traductores han de encontrar un difícil equilibrio entre la norma y el uso; en este caso, la tarea se complica, puesto que, como hemos comprobado, en cuestión de género, nos encontramos con numerosas normas y usos a nuestra disposición y, más aún, en conflicto. También es una obviedad, a estas alturas, reiterar que en traducción no existen normas universales ni recetas mágicas; de hecho, de ninguna manera pretendemos ni podemos concluir estas páginas con un listado de recomendaciones concretas.

Sí nos parece importante subrayar la variedad de opciones posibles y la variedad de veredictos intersubjetivos que, desde perspectivas distintas, recibe una misma opción. Esto, en nuestra opinión, es importantísimo de cara a la evaluación de traducciones: no podemos juzgar la aceptabilidad de las propuestas, y menos aún decretar expeditivamente su carácter inclusivo o concreto de la lengua en el momento de realización de la traducción o fijándonos únicamente en ciertas soluciones traductoras aisladas, y no en el tratamiento general de las cuestiones de género en la versión analizada.

Por otro lado, esta variedad de opciones y de veredictos es, en dos sentidos, una llamada de atención para quien traduce. No en vano, en primer lugar, el traductor ha de ser "juez" y elegir entre una maraña de posibilidades enunciativas, y, en segundo lugar, es "juzgado", sometido a la mirada escrutadora y las percepciones lingüísticas de otros usuarios del idioma. En este sentido, el traductor ha de estar atento a los derroteros por los que en un momento dado camina su lengua y afinar el oído para descubrir lo que se tiene por ortodoxia. No obstante, por otro lado, ha de ser también crítico con su idioma, porque, como decía Barthes, "nunca puedo hablar más que recogiendo lo que se arrastra en la lengua". En ocasiones hemos de saber hurtarnos a los posos que, de manera indeseada, podemos dejar caer con la elección de determinados vocablos, rasgos gramaticales o estructuras sintáctias.

Y es que los traductores tenemos una doble responsabilidad ética: una responsabilidad ante la lengua hacia la que traducimos, que es nuestra suministradora pero también en ocasiones nuestra mordaza, y una responsabilidad ideológica. Por ello, en lo relativo a la gestión del género, hemos de tener presentes las opciones enunciativas que nos brinda nuestra lengua y también, quizá, las posibilidades enunciativas que podemos descubrirle al idioma; el contexto de la traducción, que nos determina pero que, a la vez, nos da alas; el mecenas que propicia los textos, a quien nos debemos, pero no menos que lo que nos debemos a la autonomía que hemos de exigir como profesionales libres e independientes; y el propósito de la propia traducción y de la obra misma, que nos guía poniendo límites a las responsabilidades y encauzándolas hacia la pertinencia. Esta "ética del contexto" (ethics of location, en terminología de Venuti) es la que, en nuestra opinión, nos orientará para tomar decisiones que se demuestren relevantes para una situación traductora concreta y para el futuro de la lengua meta y de la comunidad que la comparte, futuro al que, deliberada o involuntariamente, el traductor contribuye con sus usos particulares del idioma.

Esa "ethics of location" quizá nos exija en un momento dado una feminización subversiva del idioma, al estilo de las canadienses, que entienden la traducción como forma de "rewriting in the feminine" (de Lotbinière-Harwood) o "womanhandling the text" (Godard). Quizá, por el contrario, nos aconseje eludir con tiento los femeninos, en tanto que, como recuerda Riabova, pueden conjurar en la mente de los lectores connotaciones indeseadas, perpetuadas a lo largo de los siglos, de devaluación y desprestigio. Posiblemente nos enfrentemos a textos que inciten a la experimentación y al juego lingüístico: ante el reto de verter al inglés L'Euguelion de Louky Bersianik, una obra que a través de la mirada de una extraterrestre a nuestro planeta pone en tela de juicio el sexismo que destila la lengua francesa, Howard Scott entiende que traducir implica traducir el debate, y a partir de este argumento adapta la crítica a la lengua de llegada. Pero también podemos toparnos con otros textos que inviten a acallar el debate y traducir los silencios: la traductora feminista Carol Maier, enfrentada a una obra de María Zambrano que lleva el subtítulo de Veinte años en la vida de una española, desestima forzar una alusión clara a la feminidad de la filósofa, pues, según le explica en una entrevista a Pilar Godayol, en el terreno intelectual nunca subrayó su condición femenina. En fin, éstos son sólo unos cuantos ejemplos que ponen de manifiesto que traducir es siempre un acto decisorio, y nunca es indudable que quienes se dedican profesionalmente a la traducción difícilmente podrán pasar por alto la importancia que, en el actual, revisten las cuestiones de género.

MARTÍN RUANO, M. Rosario: "Gramática, ideología y traducción: problemas de la transferencia asociados al género gramatical", en Gramática y traducción, Salamanca: 2006, Ediciones Universidad de Salamanca (pp. 203-2337).

1 comentari:

Ibai Aramburuzabala Arrieta ha dit...

Soy traductor y escribo en Cuestiones de género (www.cuestionesdegenero.com). En este artículo se describen muy bien las dificultades con las que nos encontramos al traducir no sólo palabras, sino las connotaciones de género que llevan implícitas. Enhorabuena.