© Jpbasanta (Objetivo Murcia)
En inglés, el término «owl» se aplica a toda ave de las familias Strigidae y Tytonidae; también podría traducirse como Buhito o Lechucita, por no hablar de los Cárabos y Autillos, que son otros nombres utilizados para designar en español a algunas lechuzas y búhos.
Esta diversidad de términos ha generado gran confusión, ya que no hay reglas claras para su uso. Así por ejemplo, aunque es frecuente decir que los búhos se diferencian de las lechuzas por tener, entre otras cosas, un par de penachos de plumas sobre la cabeza (llamados «orejas» por algunos), y que las lechuzas tienen los ojos oscuros, sucede a veces que dentro de un mismo género hay especies con la cara distinta y los ojos de diferente color, unas veces pardos y otras de un amarillo encendido.
Precisamente de este último color imaginaban los antiguos griegos los ojos de Atenea, su diosa de la sabiduría, quien paradójicamente lo era también de la guerra; un hecho desconcertante para nosotros, ya que hoy en día no nos podría caber duda que una de las cosas más reñidas con la sapiencia es creer que pueda haber soluciones bélicas a los grandes conflictos de la humanidad. Se trataba ciertamente de los ojos de una de esas rapaces nocturnas cuya aguda visión nada deja escapar, que prefiere permanecer apartada, como lo haría un sabio, en lugares tranquilos, un ave que solía ser representada junto con la diosa.
Ahora bien, sucede que a través de los siglos se ha ido formando un gran embrollo en los textos en español en torno a la identidad de tal ave, ya que las palabras para designarla, tanto en griego (glaux) como en latín (noctua), son genéricas, es decir, se aplican por igual a búhos, lechuzas y mochuelos, de modo que los traductores han podido y pueden elegir a su propio gusto cualquiera de ellos.
Inicialmente la más seleccionada fue la lechuza, según un interesante escrito al respecto que asienta que «la tradición viene, efectivamente, de antiguo; por ejemplo, figura ya en la traducción al castellano de la Metafísica de Aristóteles realizada por Enrique de Villena en 1428» (Rodríguez, 2006, p. 104). Posteriormente se puso en boga llamarlo búho, lo cual «se debió a las traducciones al castellano del filósofo alemán Hegel, que llamaba al ave de Atenea Eul, que en alemán es término genérico para búho y otras especies emparentadas, y que los traductores al castellano de su obra vertieron como “búho”, y no como “lechuza”» (Rodríguez, 2006, p. 106). No nos resultará nada extraño, entonces, que el recordado periodista Arístides Bastidas, quien fuera un gran divulgador de temas científicos, dijera, refiriéndose específicamente a los búhos, que su costumbre de tomar muy quietecitos el sol de vez en cuando, como «quien se hunde en grandes reflexiones, hizo que los griegos los estimaran como el emblema de la sabiduría, colocándolos a la diestra de Palas, la diosa pagana de esta virtud» (Bastidas, 1987, p. 121).
Pero no, el ave de Palas Atenea no era ni búho ni lechuza, sino el primo cercano que le prestó su nombre al gracioso «mochuelo de hoyo» venezolano (Una interesante mnografía sobre el tema puede verse en http://www.lechuza.org/zoo/strix.htm). Para un pajarero de nuestros días, esa identidad sería obvia, ya que el nombre de su género (Athene) hace referencia sin duda a la diosa en cuestión, de modo que Athene noctua, nombre científico del mochuelo común europeo, o más precisamente euro-asiático-africano, debería ser traducido en buen cristiano como «mochuelo de Atenea». Más aún, «la identificación del ave de Atenea no deja lugar a dudas, gracias tanto a las descripciones de las fuentes escritas como, sobre todo, a sus frecuentes representaciones escultóricas, pictóricas y en monedas (la más reciente en la de un euro de curso legal), donde el ave sustituye a la imagen de la propia diosa» (Rodríguez, 2006, p. 107 y Lechuza, 2001-1 y 2001-2). De ahí que, además de Palas Atenea, se le conozca igualmente como Atenea Glaukopis, que significa «la de los ojos de mochuelo».
Y hablando de ojos, hay en el folklore español un cuento que concluye con una moraleja muy pertinente, en el cual uno de los protagonistas es un mochuelo. Se titula «El mochuelo y el gato» y fue recopilado por Diego José Penacho, siendo el informante un saleroso anciano de 80 años de Algar, Cádiz, de nombre Pedro Guerra. Dice así:
«Esto era un mochuelo y era una noche muy mala, con mucho frío y mojada. Vio una luz muy lejos y dice:
—Yo me voy a acercar a ver qué es aquello.
Y era el chozo de un gato. Y le dice el mochuelo:
—¿Me puedo quedar esta noche aquí?
—Sí, entra para adentro.
El mochuelo entró y se sentó en una silla. El gato estaba tumbado en la ceniza y miraba de vez en cuando al mochuelo.
Por la mañana le dijo el gato:
—Amigo, esta noche has dormido poco.
Y el mochuelo le contestó:
—Cuando el amigo es incierto hay que dormir con un ojo cerrado y el otro abierto» (Guerra, 2009).
Como se puede apreciar, el Mochuelo es bastante popular en territorio español, siendo «oliva» otro de los nombres que aquí se le dan, ya que al parecer le gusta esconderse perchado en los arbolitos de olivo, de donde viene el antiguo dicho según el cual «cada mochuelo a su olivo», utilizado «para indicar que ya es hora de recogerse», o para «dar a entender que cada cual debe estar en su puesto cumpliendo con su deber», o, en fin, «para indicar la acción de separarse varias personas que estaban reunidas, volviendo cada una a su casa o a su lugar de partida o procedencia» (Real Academia Española, 2001, T. 2, p. 1518). Según Julio Calcaño, esa expresión era equivalente a «ser un mochuelo», que define en Venezuela al «individuo misántropo, que se deja ver raras veces» (Calcaño, 1950 [1896], p. 403-404), en tanto que para Rocío Núñez y Francisco Pérez era una fórmula obsoleta referida a la «persona poco sociable y que raras veces se reúne con otras» (Núñez y Pérez, 2005 [1994], p. 340).
LÓPEZ, Eduardo. "Mochuelo de hoyo", artículo publicado en el blog de la Sociedad Conservacionista Audubon de Venezuela el 01/04/2009.
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