La revisión no debe ser una labor mecánica; como decíamos antes, forma parte del proceso creativo hasta tal punto que, en muchas ocasiones, de esa revisión puede surgir una historia nueva. Hasta que no entregamos nuestro relato al editor, nuestros textos son cuadros cuyo óleo permanece fresco, lo que nos permite, por lo tanto, cambiar el color y hasta retirar con una espátula toda la materia sobrante.
Mijaíl Ivánovich Glinka durante la composición de la ópera Ruslán y Liudmila.
Ilya Yefimovich Repin (1844-1930)
Ilya Yefimovich Repin (1844-1930)
[...] Volviendo al símil de la pintura, la primera versión de un relato, el borrador, suele ser sólo un esbozo, un boceto, o una mancha de color, algo de lo que partir. Quizá tengamos que andar y desandar varias sendas hasta dar con el camino adecuado. Y en eso consiste esta parte del trabajo. Según Ricardo Piglia, ésta es la ventaja que la escritura tiene sobre la vida y quizá su sentido: "La escritura es el lugar donde los borradores de la vida son posibles, tal vez por eso se hace literatura."
Un elemento imprescindible a la hora de la revisión es tomar distancia con el texto. Leemos pero con frecuencia no sabemos qué es lo que buscamos. Si además leemos emocionados, se empañará nuestra mirada. Nada mejor que dejar pasar algo de tiempo antes de enfrentarnos al primer borrador. Nos sentiremos más libres y más lúcidos.
En las diversas lecturas del manuscrito vamos a tener la oportunidad de reflexionar sobre aspectos que nos pasaron inadvertidos. Podemos ver nuestra historia desde distintas perspectivas.
[...] No debemos pensar que con ese primer borrador acaba algo; si el texto no está muy bien escrito ese planteamiento nos deprimirá. Pensemos más bien que con ese borrador estamos empezando algo, así la exigencia y la responsabilidad disminuyen.
Pensemos, para reconfortar el ánimo, que con el tiempo, la práctica y mucha lectura, se va afinando el olfato del corrector; los fallos se detectan con mayor rapidez y las posibles soluciones acuden antes si nos respalda una buena formación.
[...] Otro posible problema es el de saber cuándo hay que poner fin a la corrección. No debemos olvidar una debilidad: la del corrector infatigable que se refugia en el manuscrito como en su propia casa (después de todo está edificado con materiales muy íntimos), y se niega de ese modo a darlo por concluido; para él siempre habrá algo mejorable, significativamente mejorable...Sí, también se precisa coraje para concluir una historia, casi tanto como para emprender la aventura de escribirla.
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