La impunidad razonada

Toda crítica es un acto de sacrificio no porque sea un género subsidiario sino porque sacrifica la mayor parte de lo pensado a las miserables sesenta líneas que delimita su espacio. Sin embargo, también todo conocimiento es una síntesis de saberes que subordina la suma de datos a la idea que los armoniza o justifica. Esa idea central, que no es necesariamente un juicio de valor, dota de significado a los datos y nace del proceso de abstracción que ejecutamos de manera ordinaria: aprender a olvidar para recordar lo esencial. La mejor crítica es un ejercicio de abstracción del libro leído para intentar detenerse en la idea que hemos fabricado sobre él, esa idea nebulosa que ha ido fraguando entre los accidentes de la lectura, y que cuando se termina puede cobrar entidad como tal, corregirse o confirmarse, pero en todo caso resolverse como tal idea.

Entonces empieza todo: darle forma. Las razones para liquidar un libro con bravura y brío son ilimitadas pero casi nunca atendibles. A cambio, el ejercicio de razonar su solvencia o insolvencia presupone un papel distinto, el de quien juzga de acuerdo con el autor y los propósitos de la obra, antes que de acuerdo con sus honradísimos criterios sobre lo que debía haber hecho el autor, y cómo debia haber escrito su libro. La crítica que juzga desde un baremo imperturbable suele ser también improductiva, como aquel que se limita a comprobar si el libro se ajusta a una plantilla prescrita, a menudo prestigiosa también. El oficio del crítico me parece más difícil y en el lado opuesto de esa comprobación casi rutinaria. Debe negociar y navegar a mar abierto. El dicterio deplorador, en cambio, está del lado fácil, con la costa a la vista, porque no naufragará nunca, y siempre hay asideros a mano para razonar una cargada fenomenal incluso contra el mejor libro. Hay menos asideros para ponderar el juicio de un libro. Y lo sabemos todos los críticos porque el elogio suele llegar, perdón, cuando el crítico carga con tintas negras contra libro o autor, y es mucho más rara la felicitación por la crítica elogiosa de un libro. Del crítico puede esperarse aplicación y honradez: la diligencia de comprender lo que se le resiste por gusto, y la honradez de razonar su gusto y su disgusto. La crítica judicial suele no perder el tiempo en explicar las deficiencias del libro, discutir sus elecciones, desnudar su banalidad disfrazada, razonar su precariedad estilística, delimitar su insignificante horizonte estético o deplorar una autoindulgencia fiada a su valor de firma o de mercado. La literatura sólo mima, incluso cuando agrede, y la crítica es un subgénero de muchas cosas pero sin duda es un subgénero literario.
GRACIA, Jordi. «La impunidad razonada», en RÓDENAS, Domingo (ed.), La crítica literaria en la prensa, Madrid: Mare Nostrum Comunicación, 2003, pp. 146-147.