Juan Gabriel López Guix es traductor de letras y maestro de su oficio en la Universidad Autónoma de Barcelona, entre muchas otras cosas. "De bien nacidos es ser agradecidos", dice el refrán, y estos días de campaña en favor de la Enseñanza Pública no podía ser de otra manera: por mi condición de ex alumna, me debo a él (y a muchos otros, presentes o ausentes, profesores de tiempos pasados y eternos). ¿Cómo olvidar aquellas clases de traducción literaria en que diseccionábamos la "modesta proposición" de Jonathan Swift buscando, como quien busca un tesoro, la mejor manera de verterla a la lengua de llegada?
Una vida de Gabriel transcurre cual este artículo suyo recientemente publicado en la revista TESI, entre las aulas (de traducción) y las letras. Y eso, señores, se agradece.
Peter Newmark dijo en una ocasión que la labor de traducción es como un iceberg, que la parte más grande no se ve (1992:28). De acuerdo con esta idea, el énfasis más productivo es el que se puede hacer en todo aquello que precede a la fijación definitiva del texto traducido, el estar traduciendo. La labor traductora es ante todo una labor interpretativa, y el primer peligro es realizar una lectura rápida y somera, orientada a unos resultados inmediatos. Por lo tanto, hay que desacelerar y agudizar la lectura, y ello en dos sentidos: por una parte, para desentrañar el cúmulo de afirmaciones, referencias, alusiones y silencios del texto, buscando la compresión profunda y no simplemente la solución léxica; y, por otra, para detectar todos los rasgos formales que construyen el artefacto textual, unos rasgos más o menos marcados por la voluntad autoral (más o menos convencionales).[...] El traductor, en su abordaje del texto, pone en marcha un dispositivo de elaboración de hipótesis. Interroga al texto, postula hipótesis interpretativas y las comprueba. Debe trasladar una lectura que no menoscabe las posibilidades interpretativas que tiene la lectura en lengua original. Algunas hipótesis tienen correlato textual en la traducción y otras no, pero todas deben pasar por la prueba de la coherencia textual [...]; la verificación de las hipótesis interpretativas se busca, por así decirlo, en los confines del propio texto, en su intrahistoria. Se ofrecen con la voluntad deliberada de subrayar el hecho de que la tarea de documentación no es exclusiva de las traduccciones consideradas más técnicas, menos «literarias».[...] En lo que se refiere al aspecto formal, la desaceleración y la intensificación de la lectura implica la detección y el aprendizaje del reconocimiento de las marcas textuales que permiten al texto decir lo que dice (y lo que no dice), así como decirlo (o no) en cierto modo. Es importante ser conscientes de la variedad de posibilidades textuales, cómo los géneros y subgéneros pueden condicionar la escritura y cómo a partir de esos condicionantes generales ésta puede alterarse o «personalizarse», como comentan Fortea y Santana (2012) a propósito de las nociones de estilo y tono en la presentación de este monográfico. Lo cierto es que, en ocasiones, se hace hincapié en el qué en detrimento del cómo y es sólo en las clases específicamente dedicadas a la traducción literaria donde la forma recibe una atención debida. Puede ocurrir que se preste menos atención a ella o se considere subsidiaria y prescindible en los espacios docentes dedicados a la traducción general y, sobre todo, especializada, donde se prima la comunicación. Sin embargo, la forma es importante en toda traducción, como lo es en todo texto, bien porque se siguen de modo rutinario o convencional modelos existentes, bien porque se transgreden, se fuerzan y se amplían. En su influyente manual de 1984, L'analyse du discours comme méthode de traduction, Jean Delisle dedicaba una quincena de páginas al análisis de cómo funciona el cerebro del traductor para encontrar la llamada equivalencia traductora del enunciado «The Icy Grip Tightens», título de un artículo periodístico sobre una ola de frío (Delisle 1984:69-86). En ningún momento se mencionaban las particulares características sonoras del sintagma (compuesto de sonidos /i/ y /ai/), ni las convenciones periodísticas que pueden regir la creación de títulos en la cultura de partida ni las pautas al respecto –coincidentes o no– esperadas por los lectores en la cultura de llegada. El riesgo real, pues, es que la forma se convierta en las clases de traducción en un elemento no marcado, invisible.[...] Por otra parte, en los contenidos implícitos en el término «traducción literaria» suele pesar de modo excesivo la noción de «alta literatura», con lo que puede quedar desatendido el vastísimo terreno de la traducción de libros. Sin duda, los textos de alta literatura, dotados del mayor grado de cuidado formal, son extremadamente útiles para agudizar las capacidades exegéticas y analizar las potencialidades del lenguaje cuando éste puede actuar –por así decirlo– sin rendir cuentas a nadie (salvo a sí mismo), así como para entrenar la mirada traductora en el ámbito de la forma. [...] Los textos literarios canónicos permiten analizar el modo en que los grandes autores moldean el lenguaje en la expresión de sentimientos o la creación de mundos y, al mismo tiempo, ofrecen una excelente oportunidad para ejercitarse en el dominio de las formas lingüísticas. Los cuentos y narraciones breves, en particular, proporcionan un variado banco de pruebas en el que practicar la traducción entendida como un sofisticado ejercicio de escritura trabada; un ejercicio que consiste en replicar, conservando coherencias y equilibrios internos, el control sobre la frase de que se hace gala el original.[...] Ahora bien, en la práctica de su oficio el llamado traductor literario es un traductor de todo tipo de libros y de textos y se enfrenta a una variadísima gama de posibilidades que, en lo que respecta al ámbito de la forma, van desde la sencillez hasta la complejidad, pero también desde el cuidado hasta el descuido. Su traducción constituye, en última instancia, un juicio sobre el valor que concede a los aspectos formales del texto y sobre el modo en que éste cumple las pautas y convenciones de la escritura. No todos los textos son óptimos (no todos presentan el mismo grado de cuidado formal), y el traductor debe decidir en cada caso el grado de «sacralidad» que es adecuado atribuir a su texto y hasta qué punto resulta pertinente adecuarlo a lo que esperan los lectores de la traducción. El espacio de lo «literario» exige al traductor sutileza y creatividad, una creatividad que se alcanza desde la plena conciencia de las limitaciones formales.* * *Por encima de todo, el aprendizaje de la traducción pasa por el aprendizaje del salir de sí. La tendencia natural del principiante es utilizar exclusivamente los recursos propios. Esa tendencia se nutre del mito romántico del creador como demiurgo, cuya imagen simbólica es la lucha de Jacob contra el ángel, y se subraya con algunas teorías y concepciones de la traducción que refuerzan la primacía del sentido. Del decir lo que dice el texto como lo diría uno mismo. Uno de los problemas de este enfoque es que supone en la práctica pasar el otro por el filtro del yo sin una conciencia adecuada de los límites propios. Puede ocurrir, para empezar, que el texto no diga o no sólo diga lo que uno cree que dice y, en segundo lugar, que lo diga mejor. De modo típico, a la hora de elegir entre diferentes soluciones para un problema, la opción se decantará por lo conocido y familiar, en detrimento muchas veces de lo desconocido y más adecuado. En consecuencia, el resultado final es que se habrá pasado el texto ajeno por el filtro de los desconocimientos personales, y los lectores verán cercenado su acceso a él a causa de ese límite impuesto por las carencias interpretativas o expresivas del intermediario.En el aprendizaje de la traducción es fundamental fomentar este impulso en favor de la «sudoración». Quienes se inician en la traducción deben aprender a resistir los cantos de sirena de la comodidad, las búsquedas limitadas y acríticas en la Wikipedia, el WordReference o el DRAE, y ser conscientes de que detrás de cada palabra tiene que haber una decisión lo más objetiva y documentada posible. Para ello deben atreverse a salir del ámbito de la necesidad, entendiendo lo necesario en el sentido aristotélico de lo que no puede ser de otro modo; es decir, no deben conformarse con elegir, por ejemplo, entre las dos únicas opciones que ofrezca el bilingüe que estén consultando en ese momento. Y deben adentrarse sin miedo, aunque con algo más de esfuerzo, en el ámbito de la libertad, entendida como el poder tomar una decisión consciente entre un abanico de opciones meticulosamente seleccionadas. Es evidente que seremos más libres cuanta más libertad de elección tengamos. Como también lo es que para traducir mejor es mejor saber más que menos.La utilización de textos literarios y de textos donde se pueden hacer evidentes las posibilidades formales constituye un excelente instrumento para ejercitar las habilidades traductoras. De nuevo Flaubert ofrece su consejo: «Plus les muscles de votre poitrine seront larges, plus vous respirerez à l'aise» (Cuanto más grandes sean los músculos de nuestro pecho, con más facilidad respiraremos) (Flaubert 1927b:141). Más que escribir al otro como si fuera él mismo, quien se inicia en la traducción debe considerar que hay que escribir al otro como si él mismo fuera otro (de lo contrario, sus traducciones siempre serán similares). Y es que para los traductores tiene un significado literal la máxima contenida en otra carta de otro de los grandes del siglo XIX francés «Je est un autre» (Yo es otro).
LÓPEZ GUIX, Juan Gabriel. "Las aulas (de traducción) y las letras" [artículo íntegro], en TESI, vol. 13, n.º 1 (2012), pp. 111-149.
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