Cicerón: el traductor orador

Fanciullo che legge Cicerone, 1464.
Vincenzo Foppa (1427-1515).
Es opinión corriente que los primeros testimonios escritos sobre la propia manera de traducir proceden de Cicerón. El más importante, o al menos el más citado, sería el que aparece en De optimo genere oratorum 13-14 y 23.

[...] De optimo genere oratorum no es un escrito independiente, es una especie de prólogo a la versión latina de los discursos mencionados en el primero de los pasajes transcritos. Se trata del que pronunció Esquines Contra Ctestfonte y de la triunfal defensa que hizo Demóstenes, conocida por el título Sobre la corona. Esta introducción fue escrita hacia el año 46 a de C, es decir, cuando Cicerón andaba ya por los sesenta.

[...] Con su habitual complacencia en el propio mérito, advierte Cicerón que no emprendió este trabajo porque a él le fuese necesario, sino porque lo consideraba útil para los estudiosos (putavi mihi suscipiendum laborem utilem studiosis, mihi quidem non necessarium). Cicerón, en efecto, sabía muy bien el griego y podía, desde su juventud, leer sin dificultad las obras escritas en esta lengua. Pero lo que más nos interesa de estas manifestaciones es su eventual valor metodológico para la traducción.

Cicerón afirma que, al verter los discursos mencionados, no ha procedido como intérprete, sino como orador (nec convertí ut interpres sed ut orator). Notemos, ante todo, que usa un solo verbo para referírse a dos modos opuestos de trasladar del griego al latín el contenido de un texto: «converti orationes, nec converti ut [convertit] interpres, sed ut [convertit] orator» «vertí los discursos, pero no los vertí como [los vierte, o los vertería un] intérprete, sino como [los vierte un] orador». Tanto el orador como el intérprete convertunt «vierten», pero de manera muy diferente. (Traduzco convertere por «verter», no por «traducir», para no inducir al lector a prejuzgar la valoración ciceroniana de lo que modernamente entendemos por «traducción»). ¿En qué consiste el «verter» (convertere) como intérprete y el «verter» como orador?

Lo que sigue inmediatamente contesta a la segunda parte de la pregunta. «Verter como orador» es conservar las mismas ideas y sus formas o, por decirlo así, sus figuras, pero con palabras acomodadas al uso romano (sententus isdem et earum formis tamquam fíguris, verbis ad nostram consuetudinem aptis). Cicerón dístingue aquí dos elementos del discurso: a) las ideas o los pensamientos (sententiae) junto con las formas o figuras de que el autor original los reviste (formae tamquam fígurae), b) las palabras (verba) usadas para expresarlos Si un orador romano quiere verter al latín discursos de oradores áticos, debe reproducir exactamente su contenido lógico y su estructura retórica; las palabras, no está obligado a verterlas una por una (non verbum pro verbo necesse habui reddere), aunque sí debe conservar íntegro su «género» (= calidad, registro o estilo) y su fuerza (sed genus omne verborum víníque servavi).

En el último párrafo (23), Cicerón insiste en la aclaración de su concepto del vertere ut orator. Piensa que habrá logrado verter como orador si ha conseguido trasladar —y así lo cree— todos los valores de los discursos originales (sí, ut spero, [orationes eorum] ita expressero vírtutíbus utens illorum omníbus), es decir, las ideas y sus figuras y el orden de la exposición (id est sententíis et earum ftguris el rerum ordíne), mostrándose más libre en cuanto a las palabras, cuya norma fundamental ha de ser que no se aparten de la costumbre latina (ut non abhorreant a more nostro), y, aunque no respondan exactamente a las griegas, deben ser del mismo género (quae sí e Graecís omnía conversa non erunt, tamen ut generís sint eiusdem elaboravimus).

[...] El intérprete no podía permitirse en este punto más libertades que el orador. También él estaba obligado a reproducir con la mayor exactitud posible las ideas, las figuras y el orden expositivo. La diferencia entre ambas actitudes se refería a las palabras. De las expresiones tulianas se deduce que el intérprete vertía «palabra por palabra» (verbum pro verbo), considerándose obligado a dar al lector el mismo número de ellas que hubiese en el original, contándolas como si fuesen monedas (ea adnumerare lectori putans oportere), en vez de, por decirlo así, pesar su contenido (tamquam adpendere), y a no poner en su propio texto ninguna que no tuviera otra correspondiente en griego (verba persequens ita ut  Graecis omnia conversa sint).

GARCÍA YEBRA, Valentín. ¿Cicerón y Horacio preceptistas de la traducción? [artículo íntegro], en Cuadernos de Filología Clásica, Estudios Latinos, vol. 16. Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1979.