No pensaba en una salsa indiferenciada de concepciones, en un aplanamiento del relieve majestuoso de la creatividad humana. Pensaba en los puentes, en las transiciones, en las traducciones posibles entre una y otra religión o concepción, en las equivalencias que podían establecerse para que cada uno pudiera hablar esos diferentes lenguajes indistintamente y pudiera abordar la realidad estereoscópicamente desde varios ángulos simultáneos.
Porque ese poliglotismo de las ideas era infinitamente más que uno de los idiomas. Los idiomas difieren sólo en la forma —y aun ahí ni siquiera tanto como parece a quien no los habla—, los universos de ideas en los contenidos y aun en el ordenamiento de los contenidos comunes. Pero había que buscar las equivalencias, los puentes, las traducciones.*
[*BENESDRA, Salvador 2003. El traductor, 2.ª edición (1998), Buenos Aires: Ediciones de la Flor. P. 453.]
Este concepto del traductor como intermediario entre universos de ideas enlaza con la línea hermenéutica dentro de la teoría de la traducción, la cual postula que traducir es aprehender un original escrito en otra lengua; un proceso en el que no sólo es relevante el material lingüístico con el que se trabaja, sino también las experiencias y la creatividad del traductor como individuo. El original es concebido como un todo con el que el traductor entabla una relación dialéctica para intentar averiguar qué es lo que hay detrás. Esta trastienda del texto podría ser lo que Benesdra denomina «universos de ideas». Ahora bien, el enfoque hermenéutico no implica que el original tenga que ser víctima de la arbitrariedad de un traductor; más bien al contrario, se trata de que el traductor sea consciente del juego dialéctico y reflexione sobre él.
SANTANA, Belén. "El traductor con/como motivo de sí mismo: Reflexiones a partir de la novela El traductor, de Salvador Benesdra" [artículo íntegro anotado], en El Trujamán, 03/11/2010.
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