La lengua española de la época del imperio distinguía perfectamente lechuzas, mochuelos, búhos, autillos y otras aves nocturnas. En los refranes: "ver de noche como mochuelo", "ver de noche como lechuza"; en el primer diccionario de la Academia de la Lengua, años antes de que Lineo intentase reducir el mundo a sus taxonomías. Pero la lechuza de Minerva, la chevêche d'Athèna de los franceses, anatemizada por algunos cristianos integristas (que gustaban presentarla con una cruz sobre la cabeza, para simbolizar la sumisión de la que ellos decían falsa sabiduría), fue también marginada mucho tiempo por los naturalistas, siempre confundidos por las aves de la noche. Nada menos que hasta principios del siglo XX no se le reconoció a la lechuza de Minerva, dentro de las aves rapaces, un género propio -¿habrá ya nacido el ornitólogo que se atreva a reivindicarle, por lo menos, una subfamilia?-; aunque se procuró enmendar el olvido dando a ese nuevo género el mismo nombre que la virginal Palas: Athene. Así, la confusa Strix noctua por antonomasia fue rebautizada por los taxónomos como Athene noctua.
Pero fue un filósofo alemán, Guillermo Federico Hegel, quien merced a una afortunada imagen al final del prefacio a su Filosofía del Derecho, recuperó del olvido a la lechuza de Minerva, aunque fuera al penoso precio de convertirla en triste y manido lugar común de comentaristas, articulistas y profesores de filosofía. Parece que Hegel no andaba muy fino al distinguir entre aves nocturnas, y escribió: "Eule der Minerva", y no "Kauz der Minerva" o el más preciso "Steinkauz der Minerva". En la lengua de los alemanes, eule es un genérico poco preciso (como lo es owl en la lengua inglesa) que se aplica de manera difusa a rapaces nocturnas. Así, los diccionarios vulgares hacen corresponder eule con búho, lechuza, mochuelo... y algunos traductores de Hegel a la lengua española, sin pararse mucho a pensar lo que traducían, ignorantes de la Virgen Minerva, convirtieron al pequeño mochuelo de Minerva -Athene noctua, que mide 27 centímetros, pesa 200 gramos y tiene una envergadura que no llega a los sesenta centímetros, y que sólo raramente grita o charrea- nada menos que en un búho -Bubo bubo, de 70 centímetros, hasta tres kilos de peso y cerca de dos metros de envergadura, que ulula con frecuencia y, además, está coronado por sendos penachos o cuernecillos de pluma. ¡Pero en qué cabeza cabe que la virginal Atenea fuera a cambiar una corneja charlatana por cualquier búho ululante! ¡Y cómo imaginar tales búhos vigilando la Acrópolis, o bebiendo el aceite de las lamparillas, aceite que precisamente Palasnos enseñó a obtener de los olivos en que se posa su mochuelo! ¡Si se cometen estos errores de traducción al identificar realidades materiales corpóreas, qué barbaridades y alucionaciones no se cometerán al pretender trasladar de una lengua a otra ideas abstractas, máxime si éstas son oscuras, ideales y confusas!
Aunque no es difícil entender el error de tales traductores, a juzgar por la forma en que gustan castigar el idioma. Léanse estas cuatro variantes, realmente existentes, de la famosa frase de Hegel: (1) "Cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se le puede rejuvenecer, sino sólo reconocer: el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo"; (2) "Cuando la filosofía pinta gris sobre gris, el claroscuro, una forma de la vida ha envejecido y no se deja rejuvenecer sino solamente reconocer. El búho de Minerva sólo inicia su vuelo a la hora del crepúsculo"; (3) "Cuando la filosofía pinta gris sobre gris, entonces una forma de vida ha envejecido. El gris en el gris de la filosofía no puede ser rejuvenecido, sólo comprendido. El búho de Minerva extiende sus alas sólo luego de que el polvo cae"; (4) "Cuando la filosofía pinta el claroscuro ya un aspecto de la vida ha envejecido. Y en la penumbra no lo podemos rejuvenecer, sólo lo podemos reconocer. El búho de Minerva sólo emprende el vuelo a la caída de la noche".
El daño está hecho, y costará generaciones enmendar el error.
No parecen estar en uso formas como "mochuelo de Minerva", y está mucho más difundido el exótico "búho de Minerva" que la castiza "lechuza de Minerva". Hay vestigios de "búho de Atenea", etc. Lo más curioso es advertir que la mayor parte de las páginas de Internet en als que aparece la forma canónica, "lechuza de Minerva", proceden de España; mientras que la mayor parte de las páginas en las que aparece la insconsistente forma "búho de Minerva" proceden de las repúblicas americanas que hablan español (por orden decreciente en frecuencia: Argentina, Chile, México, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Costa Rica, Ecuador y Perú.) Nos limitamos, por ahora, a constatar esta observación.
La lechuza de Minerva, travestida no hace tanto en búho, es hoy símbolo de muchas entidades que quieren tener o tienen relación con la filosofía: sociedades, congresos, revistas, editoriales. (Véase, por ejemplo, la curiosa transformación del logotipo de Revista de Occidente, la editorial fundada por José Ortega y Gasset, durante el auge del nazismo: abandonaron aquellos filósofos españoles la imagen de la lechuza, que habían calcado del tetradracma griego dedicado a Minerva, para incorporar como logotipo un búho alemán, de vanguardista factura cubista y germánica.) La filosofía de tradición helénica no tiene nada que ver con el búho. Y aunque en los símbolos apócrifos se resalten grandes y brillantes ojos, si sobre la cabeza del numen sobresalen cuernecillos, podrá tratarse de un búho, pero jamás de una lechuza de Minerva.
"La 'lechuza de Minerva' frente al supuesto 'búho de Minerva'" [artículo íntegro], en www.lechuza.org.
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