Transcripción castellana de los nombres propios egipcios

La transcripción de los nombres egipcios en cualquier lengua moderna ha sido un problema desde los orígenes mismos de la Egiptología. El problema ha preocupado a diversos egiptólogos de todos los tiempos, los cuales han intentado poner remedio con más o menos fortuna, siendo el caso más conocido -y también el intento más serio- el de Gardiner, que ha consagrado a la espinosa cuestión un apéndice de su célebre gramática (Egyptian Grammar, being an Introduction to the Study of Hieroglyphs, Oxford/Londres, 1957, Appendix B, "The Transcription of Egyptian Proper Names", pp. 434-437). Que, a pesar de todo, la cuestión no está satisfactoriamente resuelta lo prueban las discrepancias que siguen existiendo hoy en día de un autor a otro.

El sistema de transliteración universalmente aceptado hoy día por los egiptólogos de todos los países -con sólo ligerísimas variantes- es el único sistema científicamente válido, y por ello utilizado de modo exclusivo en los estudios filológicos. Dicho sistema impone prescindir de las vocales, transliterando sólo las letras de las cuales la escritura jeroglífica proporciona efectivamente la notación gráfica, sea mediante fonogramas, sea mediante ideogramas: dichas letras son sólo consonantes y semivocales. Para mayor concisión, este sistema translitera cada letra egipcia por una sola letra del alfabeto latino mediante el auxilio de determinados signos diacríticos cuando ello es necesario. Las palabras así transliteradas se dan siempre de cursiva, o subrayadas cuando se trata de textos manuscritos o mecanografiados.

Sin embargo, los nombres así transliterados son absolutamente ilegibles para cualquier persona lega en filología egipcia, y el sistema es además excesivamente costoso para ser utilizado regularmente en obtras no estrictamente filológicas -arqueológicas o históricas, por ejemplo-, en las que por otro lado no es necesaria la precisión de la transliteración. Por ello en estas obras se sigue utilizando la transcripción de los antiguos nombres egipcios a la lengua moderna en la que esté escrita la obra en cuestión.

Al contrario de lo que sucedía con el sistema de transliteración, no existe -ni puede existir- un sistema de transcripción de nombres propios aceptado universalmente. En primer lugar -ya lo hemos visto-, por falta de bases científicas suficientes. En segundo lugar, porque de lo que se trata en este caso es de transcribir los nombres propios antiguos a la lengua moderna en que se está escribiendo, de modo que como mínimo es lógico que haya tantos sistemas de transcripción como lenguas modernas en las que se escriban obras de Egiptología.
Con todo, la Egiptología internacional sí que ha conseguido ponerse de acuerdo por lo menos en dos principios muy genéricos como normativa para la transcripción de los nombres propios:

- Cuando se conoce la forma griega de un nombre propio egipcio, ésta es usada como transcripción del mismo.

- Cuando no se conoce la forma griega de un nombre, éste es transcrito de forma más o menos artificiosa de acuerdo con los criterios disponibles, sean éstos de la índole que sean: de aquí precisamente la gran disparidad de resultados obtenidos en este segundo caso.
Por descontado, la aplicación en la práctica de esos dos principios genéricos ha ocasionado múltiples polémicas y, en definitiva, resultados a veces contradictorios. El primer factor de discrepancia, aceptado por todos, es la lengua utilizada en la transcripción, pues ya hemos visto que los nombres se transcriben a la lengua moderna en que se está escribiendo. Así, las formas griegas son transcritas a cada lengua de acuerdo con las normas tradicionales de dicha lengua; y en los otros casos, una misma letra egipcia puede verse transcrita de diferentes formas según la lengua utilizada. Por poner algún ejemplo bien conocido, donde los franceses escriben "ou", los ingleses escriben "w"; donde los alemanes escriben "sch", los ingleses escriben "sh" y los franceses "ch"; y donde todos ellos escriben "dj", los italianos escriben "g". De modo que queda claro que cada idioma debe poseer su propio sistema de transcripción, para aproximar al máximo posible la forma fonética de los nombres propios egipcios a la fonética propia del idioma moderno en que escribimos, usando los recursos gráficos propios de éste.
Otros motivos de discrepancia son debidos a diferentes matices existentes según los diversos autores en la aplicación de la normativa. Así, los hay que al utilizar formas griegas las enmiendan, para corregir errores a veces evidentes, con lo que el resultado son formas híbridas carentes de autoridad. Este uso es rechazado sin embargo por una mayoría de autores, en base a que no es científicamente legitimable la alteración de las formas genuinas que nos ha transmitido la antigüedad clásica. Por ello, se ha convenido en aceptar o rechazar las formas griegas, pero jamás en alterarlas.

Por otro lado, el sistema de transcripción propuesto por Gardiner ha resultado excesivamente complicado al mantener muchos de los signos diacríticos de la transliteración. En realidad, lo que Gardiner ha propuesto, más que un sistema de transcripción, es un intento de auténtica reconstrucción de los nombres propios egipcios. El esfuerzo exigible, sin embargo, para aplicar este sistema resulta excesivo, sobre todo teniendo en cuenta que los resultados son demasiado hipotéticos e incluso dudosos, de modo que el sistema ha sido abandonado por la misma egiptología inglesa.

Por todo ello, muchos egiptólogos tienden actualmente a una ortografía lo más simple posible, que no desconcierte al lector y no cause molestias al impresor. Como dice Daumas en una frase que compartimos y traducimos: "Erizar nuestros libros de signos diacríticos, que la mayor parte de lectores no identifican, no sirve de nada. Los especialistas reencontrarán fácilmente la forma de los originales."

Pasando ya a lo que nos interesa más directamente en este trabajo, creemos que ha quedado bien demostrada con todo lo dicho hasta aquí la necesidad de un sistema de transcripción de los nombres propios egipcios al castellano. En nuestro caso concreto el tema se ha agravado además considerablemente debido a la falta de tradición egiptológica en esta lengua, la cual ha originado una serie de vicios en la ortografía de dichos nombres propios por parte de egiptólogos "amateurs" o de traductores de obras extranjeras publicadas aquí, quienes debido a su ignorancia comprensible de la filología egipcia se han limitado a calcar más o menos desafortunadamente las formas ortográficas que tenían delante, sin criterios claros sobre la manera de castellanizarlos. La consecuencia ha sido una serie de errores, convertidos en crónicos por el uso reiterado, que no hay más remedio que erradicar.

Por fortuna para nosotros, los problemas de transcripción de nombres propios al castellano han interesado ya previamente a Fernández Galiano, quien se ha ocupado especialmente del caso del griego, razón por la cual nos vemos obligados a -y tendremos la suerte de- hacer aquí un amplio uso de la obra en que ha condensado sus resultados (M. F. Galiano, La transcripción castellana de los nombres propios griegos. Madrid: Publicaciones de la Sociedad Española de Estudios Clásicos IV, 1969.). Pero además Fernández Galiano se extiende en una serie de consideraciones generales sobre la problemática de la incorporación de nombres propios extraños al castellano, que merecen ser resumidas y asumidas plenamente. Así, este autor distingue claramente entre la transliteración y la transcripción, y tras reconocer las ventajas de la transliteración para usos filológicos, descarta su uso en los textos castellanos de cualquier índole.

[...] De acuerdo con este mismo autor, al transcribir incorporamos el caudal onomástico y toponímico foráneo a nuestra propia lengua, haciendo que cada palabra adquiera, con el uso, carta de ciudadanía con el mínimo necesario de adaptaciones. Con ello se hace labor cultural auténtica, incorporando al castellano los nombres propios de renombre mundial, dándoles para ello la grafía conveniente. Ahora bien, la transcripción de nombres propios extranjeros al castellano exige el establecimiento de unas normas que constituyan un corpus de doctrina coherente, contribuyendo así a la estabilización del idioma en este dominio. Estas normas, de todos modos, no pueden ser rígidas -porque irían contra la evolución misma del idioma-, y tampoco pueden ser un mero registro de usos lingüísticos, lo que constituiría una ilícita renuncia al deber del especialista frente al público general. Este deber, en palabras de Fernández Galiano no es sino "el intento de limpiar y mejorar en lo posible los usos lingüísticos, evitando el extranjerismo, el barbarismo o la desorientadora irregularidad no basada sino en ignorancia del verdadero estado de cosas.

Además, el especialista al obrar así no hace sino adherirse a una tendencia tradicional del castellano que, frente a otras lenguas más apegadas a las ortografías primitivas, ha asimilado a lo largo de su historia de forma decidida gran cantidad de nombres extranjeros procedentes de cualquier idioma por exótico que éste sea, tal como Fernández Galiano ha puesto de manifiesto con aportaciones de numerosos ejemplos de los que bastará recordar aquí Buda, Confucio, Almanzor, Gante, Lila (Lille), Lutero, Mambrú (Marlborough) y Belintón (Wellington).

PADRÓ, Josep. "La transcripción castellana de los nombres propios egipcios" [versión íntegra, pp. 107-124], Aula Orientalis, n.º 5, Sabadell, 1985.

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Ajedrecistas egipcios, 1879
Lawrence Alma-Tadema (1836-1912)
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En las publicaciones dirigidas al público en general, es decir, aquellas que no son informes técnicos específicos, nos encontramos con que, dependiendo del idioma original en caso de traducciones o de los textos manejados por el autor, la diversidad de versiones castellanas de un mismo nombre es a veces desconcertante

Así, el lector medio que pensaba que la gran pirámide pertenecía a Keops, se encuentra, según el libro que esté leyendo, con que su propietario era Khufu, Jufu, Keops, Kheops, Cheops o Keope.

En las publicaciones más técnicas, la uniformidad es mayor, ya que, en este tipo de escritos se tiende cada vez más a dar los nombres en transliteración, con lo que se obvia el problema, o a hacer uso de signos diacríticos, opción ésta aceptable aquí, pero nunca en libros de amplia divulgación.

La falta de uniformidad no es privativa de las obras escritas en nuestra lengua; los autores franceses, ingleses o alemanes tampoco se ajustan a unos criterios estandarizados y únicos, sin embargo sí que hay una línea de propuestas específica para cada uno de estos idiomas y se puede hablar de una Escuela Francesa, Inglesa o Alemana, lo cual no ocurre en castellano.

Lo que tienen en común los criterios de estas escuelas se puede resumir en que tratan de "ver la lengua egipcia a través del prisma de la suya propia", y así, cuando transcriben, lo hacen representando los fonemas egipcios en su propia ortografía.

[...] La finalidad del presente estudio es la elaboración de unas normas de uso recomendado para la transcripción castellana de los nombres propios egipcios. Éste es el objeto inmediato, pero el mediato llega más lejos. Dado que el núcleo de nuestra propuesta es transcribir desde la visión que nos da nuestra lengua, con ello romperemos alguna de las ataduras de la colonización intelectual a la que está sometida la egiptología española y ayudaremos en la medida de nuestras fuerzas a potenciar la existencia de una Escuela Española, que ya en los últimos años empieza a dejarse oír en los foros internacionales.

La estandarización al transcribir los nombres egipcios a las lenguas modernas es una necesidad reconocida desde hace tiempo, desde el origen de los estudios de este idioma. Para acercarnos lo más posible a las metas de uniformidad y fidelidad con la fonetización original, el único camino de que disponemos es transcribir directamente desde el egipcio, aplicando a todos los nombres propios el segundo de los métodos de Gardiner, es decir, revistiendo el esqueleto consonántico procedente del egipcio con las vocales surgidas de un profundo estudio gramatical y etimológico.

PÉREZ VÁZQUEZ, Francisco. "La transcripción castellana de los nombres propios egipcios" [versión íntegra], publicado en el Boletín de la Asociación Española de Egiptología, n.º 6 (1996).

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El ojo de Nefertiti (Gerald Messadié), primera parte de la trilogía "Tempestades sobre el Nilo", un caso particular. 

Barcelona: Styria de Ediciones y Publicaciones, 2006. 
Traducción del francés: Beatriz Iglesias.

Nota de la traductora

Tras la primera toma de contacto con la obra L'oeil de Nefertiti, de Gérald Messadié, pensé que podrían surgir dificultades a la hora de transcribir los nombres egipcios del francés al castellano. Para anticiparme al problema, creí conveniente consultar las páginas web tanto de la Asociación Española de Egiptología (AEDE) como de Amigos de la Egiptología, donde descubrí dos interesantes artículos que recomiendo a todo traductor; en especial, el del Dr. J. Padró que lleva por título "La transcripción castellana de los nombres propios". El segundo documento es autoría del profesor Francisco Pérez Vázquez, quien por su parte lanza desde la AEDE una propuesta igualmente válida que suele ser consultada en caso de duda, por acercarse más a la fonética original.

Tanto la encomiable labor de estos expertos como la inestimable aportación de la AEDE y de Amigos de la Egiptología me permitieron confeccionar una lista de transcripciones donde tienen cabida nombres comunes, expresiones, antropónimos y topónimos localizados en la novela mediante vaciado terminológico. Desde aquí va para ellos mi más sincero reconocimiento.



Transcripción de nombres comunes y expresiones, antropónimos y topónimos egipcios
(francés > castellano)

Francés                                 Castellano

Âa-Sedjem                        Aa-Sedjem
Adbou                              Abdu (de «Adbyu» o «Teyi»)
Afnit                                Afnit
Akko                                Akko
Akherou                            Ajeru
Akhmim                            Ajmin
Amenhotep                       Amenofis
Ànaquib                            Anaquib
Ankh-kheperou-Rê              Anjjeperura
Asekhem                           Asejem
Aoutib                              Autib
Beteshou                          Beteshu
Bin Tchaou!                       Bin Tyau!
Koush                               Cush
Deben                               Deben
Dhow                                Dehu
Tchoubeset                        Dyubeset
Edfou                                Edfú
Gaïassa                            Gaïassa
Hathor                              Hathor
Ioubari                              Iubari
Ir herou nefer!                   Ir heru nefer!
Kharemboutou                   Jarembutu
Khermouti                         Jermuti
Khesef-hra                        Jesefhera
Karauememti                     Karauememti
Lachich                             Latyity
Maât                                 Maat
Mahu                                Mahu
Maya                                Maya
Medeh                              Medeh
Maket-Aton                       Meketatón (también Maketatón)
Moutemnès                        Mutemnes
Moûtnejmet                       Mutneymet
Nakhymin                          Najymin
Naos                                Naos
Nai                                   Nai
Néfernerourê                      Neferneferura
Néfernerou-Aton-Tachèry     Neferneferuatón-Tasherit
Nedrakkhsé                       Nedrakjsé
Neser-Ptah                        Neserptah
Nefertep                           Nefertep
Nekhbet                            Nejbet
Paasou                             Paasu
Panèsy                              Panesy
Pentju                              Pentyu
Renefer                             Renefer
Sekhmet                           Sejmet
Semenkherê                       Semenjera
Setepenrê                         Setepenra
Soudja Hekt                       Sudya Heket (también Sudya Hekt)
Soudjeb                            Sudyeb
Soudjo                              Sudyu (el fonema /o/ no existe en la época Ptolemaica, Dinastía XVIII)
Shabaka                            Shabaka
Chehakek                          Tjehakek
Thoutou                            Tutu
Chou                                Tyu
Ouadj Menekh                    Uady Menej
Ouai                                 Uai
Oudjat                              Udyat («El ojo de Ra»)
Ouersef                             Uersef
Ouganit                            Uganit
Ounti                                Unti

Sot-poun-ri-meri Amon!

Sut-pun-ri-meri Amon!

*El nombre egipcio de Amón no era Amon, sino Amen. Se escribía «Imen», pero la «i» a principio de palabra se acabó convirtiendo en «a».



Toutankhamon

Tutankhamón

*Debería dar «Tutanjamón». Sin embargo, como J. Padró señala en su artículo, para evitar una transcripción desafortunada en castellano —por evocar a la palabra «jamón»—, es preferible considerarlo una excepción de nombre teóforo y transcribirlo y traducirlo como Tutankhamón/Tutankamón.







Los nombres que no figuran en la lista se han transcrito tal como aparecen, a modo de ejemplo, en el artículo escrito por el Dr. J. Padró (1).


(1) «La transcripción castellana de los nombres propios egipcios»publicado el año 1987 en el número 5 de la revista Aula Orientalis. En breve se dispondrá de una versión actualizada.