La órbita de lo hegemónico

Alegoría de la inmortalidad, c. 1540.
Giulio Romano, (1499-1546).

Los traductores hemos de estar al tanto de que nuestras decisiones nunca son gratuitas. Con nuestros enunciados promocionamos el discurso prevalente o, por el contrario, precipitamos su evolución y cambio; nuestros usos particulares del lenguaje tienen una dimensión social: son granitos de arena que inclinan esa balanza siempre en precario equilibrio que, en cada coyuntura cultural, determina qué entendemos por norma, ortodoxia, orden establecido. Por tanto, todo traductor debe ser consciente de su responsabilidad en tanto que agente cultural: ningún traductor se limita a traducir, sin más, sino que con su pluma moldea el futuro de su comunidad. De hecho, el potencial de estos profesionales es inmenso, por cuanto ocupan una posición privilegiada, intersticial: la traducción es, dice Lefevere (1992b: 2), una ventana con vistas a otras realidades, y desde ahí se puede volver la mirada a la sociedad de partida y comparar, paliar las carencias detectadas y trabajar por su perfectibilidad. Los traductores debemos ser conscientes de estas bazas que nos brinda nuestro trabajo y nuestro emplazamiento (inter)cultural.

No obstante, hemos de estar también alerta ante los posibles frenos. Nunca se traduce desde la nada ni en un vacío: los traductores (re)presentamos los textos originales, no como son, sino tal y como los entendemos, tal y como emergen ante nuestros ojos tras mirar por las gafas cuyos cristales están tintados por las ideas preconcebidas que en nuestra cultura flotan. Plegándose a las expectativas existentes, la traducción de esta manera ciertamente se asegura su aceptación: ahora bien, corre el riesgo de confirmar asimismo las visiones estereotipadas y los prejuicios. Los traductores hemos de saber que estamos expuestos a la influencia del discurso hegemónico, con sus virtudes y sus defectos. El discurso del poder, el predominante, tiene, en efecto, un inmenso potencial imantador, cegador incluso. Y es que, como decía Foucault, no se sostiene sólo por su potencial prohibitivo y coercitivo; al contrario, lo dominante crea adhesión, tiene una dimensión productiva: "Lo que hace que el poder agarre, que se le acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho va más allá, produce cosas, induce placer, produce discursos; es preciso considerarlo una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que una instancia negativa que tiene como función reprimir", dice el pensador francés en "La voluntad de saber" ([1997] 1992: 193). La traducción es un acto enunciativo que, aunque pueda tomar un rumbo excéntrico, está bajo la órbita de influencia de lo hegemónico.

Referencias:
FOUCAULT, Michel ([1997] 1992). La microfísica del poder. Madrid: La Piqueta. Trad.: Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría.
LEFEVERE, André (1992b). "Introduction", en André Lefevere (ed.), Translation/History/Culture. A Sourcebook. Londres y Nueva York: Routledge, 1-10.

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MARTÍN RUANO, M. Rosario. "Gramática, ideología y traducción: problemas de la transferencia asociados al género gramatical" (pp. 205-237), en Pilar ELENA y Josse DE KOCK (eds.). Gramática y traducción. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2006. [p. 218]

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