"El traductor también es un creador"

Frances MacNair (1873-1921).

En la traducción literaria parece ya lugar común que, cuanto mejor poeta se es, mejor traductor. Ante la rotundidad de tal afirmación, quizá habría que entrar en matices: (re)definir el concepto de "poeta" y preguntarse qué lugar ocupan esos traductores que, sin ser poetas de profesión, piensan en verso o interpretan como nadie el papel del autor que tienen entre sus manos... ¡Porque haberlos, haylos!

Matices aparte, la curiosidad por saber cómo piensa la traducción el poeta me ha llevado hasta una entrevista a Xoán Abeleira, realizada por Rodrigo Olavarría para la revista 60 Watts. Fue publicada el 15 de mayo de 2009, pero no ha perdido actualidad y contiene verdades como puños. Para muestra, un botón:
Xoán Abeleira es poeta y traductor gallego nacido en Maracay, Venezuela, en 1963. Es autor de los libros “Umbral del Centinela/La piel iluminada” (Olifante, 1997), “Identidades” (Hiperión, 1998) y “Nueve motivos para un obsequio” (Mandala, 2001), y acaba de salir la edición bilingüe de “Animais Animais” (Animales Animales), por Bartleby Editores. Además ha realizado traducciones de una treintena de poetas entre los que se destacan los nombres de Rimbaud, Apollinaire, Breton, Desnos, Char, Artaud, Michaux, Rabearivelo, Esteban, Bonnefoy, Shelley, London, Berger, Ginsberg, Hughes y, claro, Sylvia Plath.

¿Xoán, cuál fue el inicio de tu relación con la traducción?
Comencé a traducir muy pronto, a los diecisiete años (o sea, cinco o seis años después de escribir mi primer poema), y justo en la época en la que descubrí a Rimbaud y sus poemas en prosa –lo cual es muy significativo para mí, pues Rimbaud sigue siendo una de mis identidades claves, en el sentido que yo le di a esa palabra en un poemario homónimo que, hoy por hoy, considero mi primer libro real, pese a haber publicado otros dos antes. Y eso, mi sentimiento de identidad, de afinidad, digamos, poética y anímica, mi pasión por la obra de Rimbaud y los misterios, los secretos, las verdades que ésta entraña, fue lo que me llevó a traducirla. Eso y mi amor por el francés -que me fascinó desde el primer momento-, mi amor, en realidad, por todas las lenguas y culturas del mundo. Y lo mismo cabe decir de todas las demás traducciones poéticas que he realizado hasta el momento: creadores y creadoras que, más allá de su apariencia formal, pertenecen, creo yo, al linaje de los poetas visionarios, de los poetas videntes, que es el que más me interesa, y el que me gustaría, algún día, merecer.

¿Cuál o cuáles de tus traducciones te han dejado más satisfecho?
En general, las de poesía, por los motivos que acabo de citar, ya que las otras, las de prosa, las realicé casi siempre por encargo, a mata caballo, y sin el tiempo necesario para poderlas revisar y corregir como a mí me gusta. O sea, ¡durante toda la vida! Porque yo… Reviso y corrijo sin parar (como bien saben los editores que me padecen). Jamás doy por terminado un libro ajeno ni mío. Como estoy plenamente convencido de que el traductor también es un creador -y, en consecuencia, que los creadores son los mejores traductores posibles- someto todas mis “creaciones”, digamos, a una revisión constante. De hecho, los volúmenes que he traducido, están llenos de tachaduras y de añadiduras. Incluso los de Sylvia Plath. Y digo “los” porque -aunque nadie lo sabe- las tres ediciones que han salido hasta ahora, en tan pocos meses, son distintas. He retocado varios poemas, he quitado algunas notas y he añadido otras. Así que, como se ve, en realidad… ¡no estoy plenamente satisfecho con ninguna de las traducciones que he realizado! Aun así, cuando toco este tema, siempre digo que una de las traducciones de las que estoy más convencido es de la antología Zona y otros poemas de la ciudad y del corazón, y, en concreto, del poema “Ciudad y corazón”, por las razones que expliqué en un artículo publicado en El País. En él, hablo de la manera en que yo traduzco, que, resumiendo, viene a ser la siguiente. Primero me empapo de la vida y de la obra de ese autor o de esa autora, leyéndolo y leyendo sobre él o ella, y luego… Digamos que intento ponerme en su lugar, y transvaso sus palabras de la manera en que yo intuyo que él o ella lo haría si emplease mi lengua. Una labor, la del transvase, que, por supuesto, casi nunca se da a la perfección, aunque a veces ocurren milagros, como que un poema sea mejor en la lengua a la que ha sido traducido que en la original. A veces. Muy pocas. De esa manera traduje a Rimbaud, renunciando a “constreñirlo” en unos moldes formales que él quería romper. Así, a Apollinaire, siguiendo la misma evolución poética que él siguió. Y así a Plath, a Shelley, a Desnos… Aunque, obviamente, cada caso es distinto. En este sentido -se me ocurre ahora- podríamos decir que la traducción es como una suerte de psicodrama en el que el traductor asume, interioriza el papel del creador o la creadora traducida. Tal vez…

¿Cuáles son tus traducciones preferidas de otros autores?
Ya he dicho que las traducciones poéticas que prefiero son las que realizan los y las poetas traductores. Y aquí, tanto en Galicia como en España, ha habido siempre una corriente incesante de muy buenos poetas traductores. Por no remontarnos muy lejos, desde la generación del 27 hasta ahora. Aquí, digo, y en todos los países, pues a los poetas, en general, nos gusta traducir a nuestras “madres” y a nuestros “padres”, de los que tanto aprendemos y a los que tantos debemos, ¿no? Pero, por citar sólo a unos cuantos, me gustan mucho las versiones (más que traducciones) que Yves Bonnefoi hizo de W. B. Yeats, y las que Ted Hughes hizo de los clásicos. Y las de Ángel Crespo, recuerdo –un auténtico maestro. O, ciñéndome a mi propia generación, que tanto ha supuesto en esta “carrera de testigos”, en este “transvase de aguas” que para mí es la traducción, podría citar a los españoles Alejandro Valero o Jordi Doce, y a los gallegos Suso Pensado o Manuel Outeiriño, que también son grandes poetas. Pues, obviamente, cuanto mejor poeta se es, mejor traductor.

¿Cuál es tu relación y cuál crees que debe ser la relación del traductor con respecto a su propia figuración dentro del texto? Digo esto pensando en relaciones tan distintas entre traductor y texto traducido como las de Pound y las de alguien como Juan Ferraté (traductor de los poetas griegos arcaicos) que afirma que es deseable la desaparición del traductor. ¿Será esto posible?
Sí, esto es algo que he discutido a veces con algunos compañeros de oficio, los que tienden, supuestamente, a “diluir” su personalidad en la obra que traducen… Yo creo que eso ocurre normalmente al principio, cuando uno está más inseguro, y aspira a ser “lo más fiel posible” al autor. Pero ¿qué es la fidelidad? ¿Algo objetivo? No lo creo. Es más, a veces ese afán de literalidad, es muy, muy contraproducente, porque empobrece el resultado. Si existiese una traducción ideal de éste o aquél libro ya la tendríamos. Más bien acontece lo contrario, que un traductor lea el trabajo de otro y piense: “Yo aquí habría puesto esto en lugar de esto otro”. Lo cual me parece lógico, pues hablamos, insisto, de una labor de creación, no de una labor mimética. No sé… Está claro que no hay reglas fijas, tampoco en este asunto… Yo creo que lo mejor es dejarse llevar por nuestra ciencia intuitiva… Como en la poesía. Porque yo… Mire, siempre he sido reacio a hablar de este oficio, igual que lo soy a dar “mi poética”, pues creo sinceramente que, al igual que de la vida, del amor o de la muerte, de todos esos grandes temas que conforman nuestra existencia, todo lo que digamos sobre la poesía y lo tocante a ella es siempre relativo.

De hecho, yo nunca doy “lecciones” a nadie sobre cómo hay que traducir. Ni siquiera se me pasa por la cabeza. Para serle sincero, no tengo ni la más remota idea de cómo hay que traducir. Tan sólo sé lo que yo hago. Ahora, cuando hablo de este oficio, me limito a poner ejemplos de los problemas con los que me he topado a lo largo de estos casi treinta años de profesión y a explicar la manera en que intenté resolverlos. Pero nada más. En mi caso, sin embargo, como creador que soy, reconozco estar muy presente en las traducciones que realizo. Algo que se notó desde el principio, en mi traducción de Rimbaud, al realizar esa ingente y creciente cantidad de notas, inusuales en aquella época, pero que yo creía absolutamente necesarias para los lectores actuales y, ¡ojo!, para los traductores futuros. Una suerte de pequeño legado para los compañeros y las compañeras que, sin duda, proseguirán nuestra labor. A este respecto, tal vez merezca la pena hablar de la experiencia de “traducción colectiva” que viví hace unos años, para implantar aquí una práctica que lleva décadas realizándose en Francia. Creo que éramos seis los poetas que tradujimos a Claude Esteban, con él delante, y, sí, fue una experiencia interesante. Lógicamente, surgieron muchas más soluciones de las que se le habrían ocurrido a una sola persona. El resultado fue así, muy impersonal, pero también muy light, y yo tuve la impresión de que ninguno de nosotros había quedado satisfecho con él, pues sin duda todos habríamos hecho algo muy distinto de haber traducido el libro de Esteban solos. No, no creo en esa supuesta objetividad, porque el hecho mismo de elegir un sinónimo en lugar de otro ya es un acto subjetivo, creador, y, para cada uno de nosotros, las palabras tienen una carga afectiva, consciente e inconsciente, que sin duda depositamos, querámoslo o no, al traducir.

OLAVARRÍA, Rodrigo. "Xoán Abeleira: traductor de la poesía de Sylvia Plath" [entrevista íntegra], en 60 Watts, 19/05/2009.

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